lunes, 12 de agosto de 2013

¿Nace un nuevo liderazgo?

A pesar de las reservas de siempre, una vez más las encuestas se revelaron pródigas en la predicción de lo que ocurrió.
Tal como se vaticinaba, Sergio Massa se ungió como claro ganador de la contienda electoral del principal distrito del país. Tal como también se predijo, una diferencia de 5 o 6 puntos bastó para determinar un ganador incuestionable, aunque resultó insuficiente a efectos de determinar un giro contundente en el liderazgo de nivel nacional.
Ante el resultado consumado surge el interrogante básico: ¿por qué pasó lo que pasó?
A mi juicio, Massa ganó porque fue el candidato que mejor supo representar el encuentro entre la oferta política y la demanda de una vasta porción de la ciudadanía. Porción que desde hace tiempo se siente agotada por los problemas endémicos de inseguridad, inflación, pobreza y corrupción que siguen aumentando, mientras que —proporcionalmente— se asiste al crecimiento de un relato fundamentalista, mesiánico,  confrontativo y arrogante, generado por un gobierno caracterizado por una voracidad de poder omnímoda, con clara vocación de eternizarse, y para lo cual no escatima trasgredir cualquier molde institucional que imponga un límite.
Luego de decidido el lanzamiento de Sergio Massa, mucho se ha discutido sobre los eventuales inconvenientes de haber definido cierta  estrategia política centrada en avanzar sobre un virtual centro aséptico. Varios analistas y consultores políticos alzaron su crítica argumentando que tal conducta no era sino la expresión visible de una indefinición política que, a la larga, le jugaría en contra. Por su parte, prestigiosos intelectuales se centraron en descalificar al candidato sosteniendo que representaba algo así como un post-política carente de ideología. Tales reservas se sintetizaron en epítetos peyorativos tales como los de político tibio, gris, edulcorado o gestor empresario.
A mi juicio, ese tipo de aseveraciones no alcanzan a comprender el núcleo central del triunfo de Massa que se avizoraba, cuyo entramado paso a bosquejar:
Desde una perspectiva política estructural, Sergio Massa no fue ni es un político tibio ni gris. Y tampoco es un carente de ideología. Su mérito radica en haber sabido ofrecer una lógica constructiva en contraposición a la lógica confrontativa paradigmática del oficialismo.
En tal sentido, la insistencia en gestionar a favor de resolver problemas reales de la gente, más que resultar la expresión de una imprecisa y conjetural anti política o post-política, representa la genuina expresión del sentido común aplicado a la política. Porque al fin y al cabo, ¿qué es la política, sino el arte de mejorar la calidad de vida de la gente?
Por otra parte, desde la perspectiva de la estrategia de campaña, sería un error adscribir a la de Sergio Massa como una campaña light o vacía de definiciones por el mero hecho de no haber salido a confrontar aguerridamente con el adversario. Tal incomprensión radica en suponer acríticamente que el único modelo de campaña supone una lógica competitiva, olvidando la existencia de otros modos posibles. En efecto, aunque lo más típico sea metaforizar una campaña en términos de guerras o batallas, no debe soslayarse que, a veces, el éxito se alcanza no agrediendo al rival sino logrando seducir al electorado.
En tal sentido, la campaña de Sergio Massa pareció centrase en la referencia a valores como construcción, futuro y esperanza. Y esa quizás sea la clave de su triunfo.
Un viejo axioma de la comunicación humana asevera que el encuentro se produce cuando se intersectan la promesa con la ilusión. Cabe concluir entonces que Sergio Massa supo desarrollar una arquitectura de la promesa acorde con una ilusión en ciernes de un vasto electorado.
Si esas promesas pueden transformarse en realidades, es el único y verdadero desafío de un líder emergente que parece haber llegado para quedarse.

Por: Federico González, Director de González y Valladares Consultores de Marketing Político.

Artículo extraído de www.perfil.com - 12/08/2013