Federico González
“Yo he visto muchos cantores,
Con famas bien obtenidas,
Y que después de adquiridas
No las quieren sustentar:
Parece que sin largar
Se cansaron en partidas”.
Con famas bien obtenidas,
Y que después de adquiridas
No las quieren sustentar:
Parece que sin largar
Se cansaron en partidas”.
José
Hernández, Martín Fierro
La crónica periodística señala que el 25 de mayo hubo
definiciones electorales. No obstante, un análisis más detallado revela que lo
que quedó indeterminado supera a lo definido. Por algún extraño motivo, en los
tiempos líquidos de la actual política los candidatos parecen priorizar la ambigüedad y la dilación por sobre la certeza
y la decisión. Aquí se propone describir ese fenómeno y analizar sus causas.
La indefinición en los tiempos
modernos
En tiempos ya idos la palabra aparecía investida de un valor
superlativo. Las cosas eran o no eran. Cuando un político tenía algo que decir,
simplemente lo decía. Seguramente, la hipocresía y la falsedad no son
patrimonio exclusivo de los tiempos modernos. Pero para los hombres de antes la
ambigüedad tenía mala prensa. Es que
había que “llamar a las cosas por su nombre”, es decir: “al pan, pan y al vino,
vino”.
En cambio ahora el constante amague y retroceso, el juego de
las escondidas, el sí pero no ahora y mañana quizás; parecen erigirse en la
moneda corriente del discurso político electoral.
Tal cascada de indeterminaciones determina ríos de tinta
especulativa derramada por jactanciosos
exégetas de las tramas ocultas de la política. Se habla entonces de la “lectura
política” sobre lo que fulano le estaría queriendo decir a tal o cual sector de
su propio partido, a la oposición o a la ciudadanía misma. Cuál émulos modernos
del Príncipe Hamlet, los analistas políticos no se preguntan con tono dramático
si deberíamos ¿ser o no ser?, sino algo tan pedestre como si un candidato ¡¿jugará
o no jugará en las próximas elecciones?!
En la era de la política espectáculo las referencias al
juego no parecen casuales. En efecto, pareciera asistirse a una especie de
póker o truco virtual basado en códigos indescifrables para los legos. Así,
fulanito le estaría mandando una señal a menganito para hacerle saber que si
éste no se aviene a acordar, entonces él se ¡irá con otro (u otra)!, a quien en
ese mismo acto ¡le estaría enviando un guiño! Por cierto, al ciudadano de a pie
(también atravesado por los tiempos modernos) le asiste el legítimo derecho de
preguntarse: ¡¿Pero por qué no le manda un mensajito por “guasap” (perdón,
WhatsApp) y sanseacabó?!
¿La indefinición como estrategia
o la estrategia de la indefinición?
Convengamos que, a veces, las indefiniciones revisten un
carácter sustantivo. Ciertamente puede ocurrir que decidir ser o no candidato
depende de muchos factores que deben asegurarse previamente. Al fin y al cabo, es
sabido que nadie estaría dispuesto a arrojarse a una pileta que carece de agua.
Convengamos también que, a veces, el momento elegido para comunicar una
decisión contribuye a su impacto político. Se habla entonces del timing de la acción y se le atribuye la cualidad
de tiempista al decisor. Reconozcamos también que, a veces, lo que define entre
buena y mala política es la capacidad de concebir estrategias inteligentes
sobre la base de elaborar escenarios posibles. Por último, acordemos que en política
(como en la guerra, la seducción y toda relación humana) los juegos de las
apariencias y el engaño táctico forman parte del accionar eficaz en pos de un
objetivo (al margen de que pueda resultar moralmente reprochable)
Sin embargo, una cosa es la estrategia, el timing y el tiempismo; y otra muy
distinta es el coqueteo, la indefinición y la histeria. Es decir: “me sacó la
foto con este y mañana doy a entender que estoy con el otro”; “deslizo que podría ser sí, pero después digo que en
realidad me interpretaron mal”; “doy a entender que me autoexcluyo y al día
siguiente digo que si me necesitan, si me lo piden, siempre listo (¡o lista!)”;
“sugiero que voy a anunciar algo, pero después denuncio que me hicieron una
operación de prensa”; “monto una puesta en escena donde es obvio que quiero ser
candidato pero, cuando me preguntan, respondo ofendido que aún no es el momento
de hablar de candidaturas sino de los problemas de la gente”; “digo que voy a
competir pero concretamente sigo dilatando el anuncio formal de mi candidatura”.
En síntesis, “toco y me voy”, aunque no quede bien en claro ¡adonde!”
Ante tal cuadro fáctico surgen como preguntas obligadas:
¿Por qué lo harán?, ¿No resultaría más eficaz hacer algo distinto? A
continuación se bosquejan algunas conjeturas y sugerencias.
¿Ambigüedad o falta de
asertividad?
Algunos candidatos parecen tener un particular complejo de
culpa. Acaso temen que si muestran su voluntad de poder, la gente podría
catalogarlos como “oportunistas que solo persiguen fines electorales”.
Ciertamente, la gente podría pensar eso y otras cosas más duras sobre los
políticos. Pero no es menos cierto que a
los ciudadanos también les irrita que se insulte su inteligencia trasformando
en misterio lo que es un secreto a voces. Si es evidente que alguien quiere ser
candidato y que ya decidió serlo, resultaría saludable que lo diga sin más rodeos.
Además, por razones que exceden el presente análisis, los
humanos también solemos estar atravesados por ciertos arquetípicos
épico-narrativos donde la figura del héroe se asocia con la valentía y la
decisión. En su versión más inmediata, muchos ciudadanos también valoran a
aquellas figuras políticas capaces de plantarse decididamente para decir: “Acá
estoy, me hago cargo de la situación, quiero ser”.
“Animales políticos”
De ciertos políticos suele decirse que son “anímales políticos”. Juan Domingo Perón,
Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner, más allá de sus luces y sombras,
fueron claros ejemplares de esa fauna (excluyo a Cristina Kirchner de la
enumeración porque, conforme a su prescripción, ¡debería referirla como
“AniMala política”!, lo cual podría tener connotaciones negativas) No es
posible pensar que ellos dudaran de revelar la misión que se autodeterminaron.
Encuadran perfectamente en la máxima “Convierte en lo que eres”, formulada por Nietzsche.
Asumieron su deseo sin vueltas y, en términos de aquel filósofo alemán, tenían
voluntad de poderío.
A fines de 1982, luego de que el trágico desenlace de la guerra de Malvinas
pusiera en jaque a la dictadura militar, Raúl Alfonsín se aprestó a lanzar su
candidatura presidencial. El 30 de octubre de 1983 fue electo presidente. Al
día siguiente, la ciudad amaneció empapelada con afiches que rezaban “Menem
89”. Finalmente, Carlos Menem fue electo presidente ese año. Podría objetarse
que eran otros tiempos y situaciones. Ciertamente, pero también eran otros
hombres y otras convicciones sobre el significado del poder y cómo alcanzarlo.
Metáforas amorosas
Lo dijo Jorge Asís, con la elocuencia que lo caracteriza, en
referencia a aquellos candidatos que no revelan el deseo que los anima y
dilatan el anuncio de sus decisiones: “En política, como en el amor hay que
expresar el deseo. No puede decírsele a una mujer que tal vez, mañana, a lo
mejor, si te parece; hay que ser frontal. Con el poder pasa lo mismo: al poder
hay que buscarlo y hay que quererlo”.
Quien escribe estas líneas también apeló a “metáforas amorosas”
para describir una situación política similar a la actual en 2015, donde algunos candidatos parecían paralizados por
una especie de pánico escénico que les impedía pasar a la acción. Entonces
decía: “Sucede como en aquellos viejos bailes de club, cuando los varones se
pavoneaban delante de las chichas pero ninguno se animaba a invitarlas a
bailar, hasta que irrumpía un tapado que iba al frente y se convertía en el rey
de la noche”.
El psicoanálisis destaca que para la lógica del deseo, su
expresión es un imperativo irrenunciable. Adicionalmente, hacerlo puede hasta
resultar saludable para todos involucrados, en la medida en que se pone de manifiesto hacia donde se pretende llegar
y por qué caminos se elegirá transitar. Al fin y al cabo, nadie estaría
dispuesto a ser conducido por un piloto que parece dudar si debe o no realizar
el viaje.
“El que pega primero, pega dos
veces” y otras metáforas boxísticas
En el barrio de los tiempos idos solía decirse: “El que pega
primero, pega dos veces”. De modo menos beligerante, lo mismo se significaba a
través del dicho “Al que madruga, Dios lo ayuda”.
En los campeonatos de box es sabido que el “challenger” debe
realizar mayores méritos que el campeón para alzarse con el título. La lógica
es sencilla: para destronar al campeón el retador debe demostrar una clara
superioridad. En los tiempos líquidos de la política abundan muchos challengers
que pretenden ser campeones sin decidirse a pelear.
El significado del
posicionamiento
El mismo principio pugilístico subyace también en la noción
de posicionamiento marcario que, en última instancia, se rige por las leyes de
la memoria. Las marcas no son otra cosa que posiciones en la mente de los
consumidores. Por eso resulta esencial ser el primero en ocupar una posición.
Solía decirse que recordamos bien quien fue el primer astronauta que pisó la luna,
pero pocos se acordaban quien fue el segundo. Moraleja: en lugar de malgastar
un tiempo valioso en dilaciones, sería más inteligente adelantarse para ocupar
las primeras posiciones.
El factor sorpresa y su paradoja
A favor de las dilaciones, podría argumentarse que su mayor
mérito es capitalizar el factor sorpresa.
Acaso el imaginario subyacente prescriba que un anuncio tardío tendrá un
impacto mayor para desacomodar las estrategias de los adversarios que —Chapulín
Colorado dixit— “no contaban con mi
astucia”. Tal elucubración parece conllevar una jactancia final, también
chapulinesca; "¡Todos mis movimientos están fríamente calculados!" Y,
por ende: “El que ríe último, ríe mejor”
Sin embargo, existe un pequeño problema: cuando quien jugó
al misterio finalmente anuncia su magistral jugada, ésta ya no produce sorpresa
alguna, en la medida en que ese final
¡se daba casi por descontado! En cambio, la verdadera sorpresa sería justamente
al revés: cuando muchos imaginan que alguien jugará al misterio dilatando su
decisión hasta el final, ¡la verdadera sorpresa sería que la anunciara al
principio! Porque, “el que pega primero, pega dos veces” y porque ¡“No contaban
con mi astucia”!
Todos juegan al offside
En los tiempos líquidos, a fuerza de jugar a ser estrategas,
los políticos terminaron confundiendo el juego con la sustancia. Entonces, al
priorizar, la especulación sobre la acción, nadie decidía nada. “Me presento
pero si y solo si se presenta mengano”, razonaba fulano, mientras continuaba
esperando. Pero lo curioso es que mengano, zutano y perengano hacían lo mismo.
En síntesis, todos jugaban al offside,
¡pero nadie se animaba a patear la pelota al arco!
Hamlet y los “dilemas de la política
líquida”
“To be or no to be”, “Ser o no ser” es una de las frases más
célebres de la literatura. Pero no solo expresa el dilema existencial más
arduo, sino también la vacilante personalidad del príncipe de Dinamarca. Porque
al haber sucumbido a la indecisión como modo de ser, Hamlet ya no puede
convertirse en quién quisiera. Salvando las infinitas distancias, la indefinición
de la política líquida disfrazada de estrategia excelsa no deja de revelar una profunda
indefinición personal. Porque a fuerza de obsesionarse y encandilarse con las
insaciables miradas de los otros proyectados, los políticos modernos parecen
—paradójicamente— renunciar a la más íntima esencia de sus pasiones. De tanto
calcular, elucubrar y sopesar, terminan prisioneros de las mismas telarañas
construidas por sus propios rollos mentales. Como si en lugar de orientarse
decididamente a la acción convocante, terminaran deshojando margaritas
imaginarias para determinar si el electorado los querrá o no.
El arte de amagar
Aquel gaucho payador del Martín Fierro, venía a contarnos
sobre insolventes cantores que, al no poder estar a la altura de sus
antecedentes, terminaban cansándose en partidas. Similarmente, en los tiempos
de la post verdad, los políticos parecen ejercer el tedioso hábito del amague.
Acaso con esos entretenimientos vanos pretenden jugar a Maquiavelos modernos.
Pero solo son vulgares procastinadores.
Telenovelas aburridas
Como en las telenovelas aburridas, donde los capítulos se
suceden sin ton ni son hasta arribarse al último donde, mágicamente, se arregla
todo; en los tiempos líquidos de la política jugar al misterio se trasformó en
algo más sustantivo que hacer política.
Pero ni siquiera se trata de realpolitk, sino apenas de malas novelas.