sábado, 15 de abril de 2023

Ideologismo estéril, narcipolítica y buropoliticracia: tres males de la política actual

 





Ideologismo estéril, narcipolítica y buropoliticracia: tres males de la política actual

Federico González

Este artículo pretende ser un breve muestrario de la actualidad política que Argentina está pudiendo conseguir. En rigor, se basa en tres hechos de actualidad: la marcha a Tribunales bajo la consigna “Democracia o mafia judicial”, la intención del Ministro Sergio Berni de competir en unas PASO contra el Presidente Alberto Fernández y la relación entre “los funcionarios que no funcionan” y los padecimientos ciudadanos.

1.       El ideologismo estéril

La reciente Semana Santa nos trajo el eco de aquella casa en orden con que el Presidente Alfonsín despidió a una Plaza de Mayo rebosante de un Pueblo que había ido a apoyarlo. Aunque la cosa podría haber sido peor, la casa no estaba tan ordenada.

Años antes, a fines de 1982, luego de la triste aventura Malvinera, un periodista inquirió a Jorge Luis Borges: “¿Maestro, Ud. piensa que Argentina ha llegado a su límite? A lo cual, la certeza irónica del escritor respondió: “En absoluto: podríamos seguir empeorando indefinidamente”

Por supuesto, todo podría ser peor. Una ucronía, por mucha sustentada, sentencia que — aunque aún no ha logrado dominar al potro salvaje de la inflación— si Sergio Massa no hubiese hecho cargo de la Economía, la Argentina ya habría chocado contra el Titanic (o podría llegar a hacerlo en caso de que cesara en su gestión)

Luego de jornadas agitadas que incluyeron el salvaje asesinato de un colectivero, la golpiza al ministro de Seguridad Sergio Berni, la crisis en la interna de JxC luego de la decisión de Horacio Rodríguez Larreta al establecer elecciones concurrentes en CABA; lo cierto es que la casa no parece estar muy en orden.

Pero a la inefable cofradía del Kirchnerismo abanderada por el gobernador Axel Kicillof no pareció importarle demasiado. En efecto, ayer coparon la zona aledaña a Tribunales para, bajo la consigna "democracia o mafia judicial" actuar la epopeya de exigir la renuncia de la Suprema Corte de Justica, para así abrir la puerta de un remanido (y cada vez menos convincente) operativo clamor donde el Pueblo, por fin, erigiría a Cristina Kirchner como su salvadora universal.

Mientras, los malabares que ensayaba Sergio Massa en Washington para que las finanzas internaciones nos den algo de oxígeno, en la City porteña el dólar se desbocaba tocando imaginaria barrera de los $400.

Horas antes, un enfervorizado Máximo Kirchner despotricaba del mismo acuerdo con el FMI que, en el norte, Sergio Massa se encargaba de negociar para aliviar su peso.

Pero nada de eso importa al ideologismo estéril de La Cámpora, Máximo Kirchner y el aguerrido Axel. Para estos adalides de nobleza populista, las inconducentes diatribas de barricada y las puebladas inútiles debe ser hechas igual. Porque, como el credo Cristinista ordena, primero está la ideología del campo nacional y popular y después, todo lo demás. Porque, paradoja de paradojas, cual Cruzados contemporáneos, en nombre del Pueblo y la Patria se puede hacer cualquier cosa, aunque solo sirva para hundirnos un poquito más. Todos los días.

 


2.       La narcipolítica de cabotaje

Apenas hace unos días Sergio Berni protagonizó y fue víctima de un ingrato episodio. Mientras que un grupo de colectiveros manifestaba su legítimo enojo por la desgracia del compañero asesinado Pedro Daniel Barrientos, el ministro de Seguridad se apersonaba en el lugar para ponerle presencia a semejante infortunio. La comprensible, aunque injustificable, reacción de los colectiveros fue “atender” a Berni con una andanada de golpes que, de no mediar el auxilio de la Policía de la Ciudad, podría haber culminado en otra tragedia.

Luego, el Ministro denunció una emboscada fogoneada por el PRO, al tiempo que el gobernador Axel Kicillof, en lamentable reacción y utilizando argumentos endebles y huérfanos de pruebas, deslizaba la absurda sospecha de que Patricia Bullrich podría estar detrás del triste episodio.

Sin embargo, parece que el hecho no bastó para que el ministro Berni se llamara a un silencio prudencial, al menos por un tiempo. Por el contrario, dos días después anunció su intención de competir en las PASO con el presidente Alberto Fernández.

“Tengo la necesidad de ir a una interna contra el Presidente”, sentenció. Explicando luego que detentar ese cargo es el único modo de terminar con la inseguridad.

Parafraseando a Jorge Lanata, ¿Se puede ser tan insensible, irresponsable e inoportuno?

“El sueño de la razón produce monstruos” es el título de una de las célebres obras de Goya. Remedándolo, cabe aquí concluir que el vacuo narcisismo de cabotaje engendra tonterías fuera de tiempo.

 


3.       La buro-políti-cracia

La expresión “buropoliticracia” emergió en la mente de quien escribe luego de escuchar una editorial del periodista —devenido ahora en candidato presidencial— Santiago Cúneo, donde éste sostenía que, tomando una serie histórica larga, el PBI de Argentina había crecido de modo considerable, aunque su deuda había aumentado en una proporción claramente mayor.

Cúneo deslizaba que tal comportamiento resulta inacorde con la lógica del capitalismo genuino, donde se supone que una empresa se endeuda para ampliar su productividad, lo cual conduce a aumentar su capital.  

Un aire de paradoja parecía así deslizarse tras ese argumento. Entonces una panelista formuló la pregunta obligada: ¿Por qué? Lo cual en primera instancia conduce a disparar las típicas respuestas populares: “Porque los políticos roban”, “Porque se la llevaron toda, “Porque el Estado es inevitablemente ineficiente”, etc. En síntesis, detrás de la decadencia argentina asoma invariablemente. ora “la razón ética” (v.g. los políticos son corruptos y/o ladrones), ora la “razón ineficiente” (v.g “los funcionarios del Estado son ineptos)

En ese marco, la “buropoliticracia” no resulta sino un neologismo para expresar que la razón ineficiente puede ser más un emergente estructural o sistémico que la suma de ineptitudes de un grupo de funcionarios poco calificados.

Ciertamente, el tema de la tensión diagnóstica entre el Estado como “botín de guerra” o como “maraña de regulaciones imposibilitantes” ha sido tratado en profundidad por importantes pensadores y ensayistas argentinos (razón por lo cual, su tratamiento exhaustivo desborda el alcance de este precario artículo). Pero no es menos cierto que la expresión “buropoliticracia” parece significar uno de los males de los tiempos modernos que explican la decadencia argentina, en general, y la del gobierno de Alberto Fernández, en particular.

Quizás aquello de los “funcionarios que no funcionan”, acuñado por la vicepresidente Cristina Kirchner, se deba básicamente a ineptitudes particulares que remedan aquel viejo “principio de Peter”, expresado en el ámbito de la teoría organizacional.

En efecto, en 1969 Laurence J. Peter sentenciaba que:

“En una organización, a los empleados que hacen bien su trabajo se los promociona a puestos de mayor responsabilidad, una y otra vez, hasta que llegan a su nivel de máxima incompetencia. Una vez en ese grado ya no ascienden más, perseverando para siempre en su incompetencia”

El Principio de Peter fue sintetizado en una versión que se hizo popular en los años 70 y 80: “En una jerarquía todo empleado asciende hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia”

Aplicado a los tiempos modernos de “funcionarios que no funcionan”, eso podría deberse entonces tanto a ineptitudes intrínsecas para el ejercicio de los respectivos cargos como a que —en tanto figuritas políticas repetidas— la mera antigüedad político-partidaria ha propiciado que esos funcionarios alcanzasen su máximo nivel de ineficiencia, tal como lo describía Peter.

Sin embargo, en tiempos de ministerios y secretarias loteados entre albertistas, camporistas y massistas, el resultado esperado debía semejar más al de una “Buro-Politi-Cracia” que a sumas de ineptitudes o emergencias sincronizadas del principio de Peter.

En aras de conferir mayor carnadura al concepto, en la Wikipedia puede leerse:

 “El término “burocracia” viene del francés bureaucratie, proveniente del término bureau: oficina o escritorio, y del término -cratie (que proviene del término griego -κρατία, éste de la raíz κράτος: poder o fuerza). En un sentido original, tiene la connotación de "los individuos que ostentaban el poder desde el escritorio"; siendo así, que la «burocracia» se asocia a ineficiencia, pereza y derroche de medios desde un solo lugar. Generalmente se percibe, en la imaginación popular, como un ente que existe únicamente para sí mismo y que sólo logra resultados que acaban ampliando sus dimensiones. Así, comúnmente se usa de manera peyorativa”.

La sabiduría popular lo expresa de modo más simple y contundente: “En cualquier organización cada uno cuida su “quintita” o su “kiosquito” y de lo demás importa poco.”

Pero en un gobierno loteado este mal se agudiza. Porque coexisten quintitas propias autónomas con otras de administración compartida por individuos que se desprecian y buscan llevar agua para sus respectivos molinos. Es obvio, que ante este panorama sería un milagro que el Estado, en tanto totalidad integrada, funcione de un modo razonablemente eficiente. Aunque también es esperable que algun área con autonomía propia y mando claro (i.e. el Ministerio de Economía) sí lo haga.

En síntesis, se ha argumentado que la “buropolíticracia”, es uno de los tantos males que aquejan a la política de estos días.

Lo triste es que esa buropolíticracia no necesita ser perversa o corrupta para producir consecuencias dolorosas a la sociedad [1]

Por eso, para el humilde ciudadano de a pie que padece las consecuencias de la inacción burócrata, el dolor se sufre desde adentro, en primera persona. En tanto que, desde su óptica externa, desde afuera, apenas alcanza a percibir a un Estado insensible e insustancial.

Un Estado que declama su omnipresencia, mientras malgasta energías en pelearse entre facciones internas para dejar a la gente cada vez más abandonada a su suerte. 




Contacto: 11- 6631-3421



[1] Al fin y al cabo, puede reivindicarse que el gobierno de Alberto Fernández, a diferencia de los de Néstor y Cristina Kirchner, no se ha caracterizado por grandes casos de corrupción; más allá de algunos importantes, sensibles y resonantes hechos de ese tipo acaecidos durante la pandemia.