sábado, 28 de noviembre de 2015

El voto existencial: perdió el miedo, ganó el ser

Por Federico González

El 22 de noviembre  terminó la incertidumbre electoral así como la serie de conjeturas predictivas que la antecedieron: ganó Cambiemos, ganó Macri.  Entonces sobrevienen las conjeturas interpretativas: ¿Por qué ganó?
No hay una respuesta  taxativa a ese interrogante porque — en rigor— existen tantas razones como votos. No obstante, aunque elegir una única explicación (o algunas pocas) resulte un acto de arbitrariedad intelectual y un abuso de la simplificación, igual intentaré bosquejar un marco interpretativo partiendo de un denominador común, expresado de modos diversos.
1.       Ganó la esperanza, perdió el miedo
La campaña del miedo no surtió todo el efecto esperado. Acaso Scioli habría acertado con la sentencia “Seré más Scioli que nunca”. El problema fue que, inexplicablemente, hizo lo contario: Daniel fue menos Scioli que nunca. El mejor Scioli era un político conciliador, propenso al diálogo, amable, dialoguista, integrador, querible. Quizás lo que le faltaba para erigirse en nuevo líder indiscutido era animarse a decir lo que siempre deslizó ambiguamente, pero nunca se atrevió a revelar en voz alta: Daniel no era un auténtico Kirchnersita. Quizás hasta hace poco ni siquiera era necesario revelarlo, porque el juego de la ambigüedad había sido suficiente para garantizar que lo que el Gobernador callaba fuera completado por aquel electorado independiente que le atribuía lo que luego se reveló falso. Porque el gran fracaso del Scioli que se mostró en la campaña del ballotage es haber decepcionado aquella ilusión. Scioli prometió ser Daniel, pero finalmente sucumbió a ser un émulo de Cristina. Así, la mueca final de la campaña del miedo tuvo sabor a paradoja: quién se rindió a su propio miedo no fue el votante de Macri, sino el propio Scioli.
2.       Ganó la ilusión,  perdió la el escepticismo resignado
El contundente triunfo de Cristina Kirchner en 2011, además de conferir luz verde a la desmesura de una “Cristina eterna”, generó un mal entendido. Ciertamente una parte importante de aquel histórico 54% estuvo integrado por votos de Kirchneristas incondicionales y de simpatizantes genuinos. Pero no es menos cierto que otra parte considerable de quienes acompañaron a Cristina provino de quienes (aunque ya profundamente desencantados con el Kirchnerismo) temieron que si ganaba la oposición (Alfonsín, Binner) las cosas hubieran sido peores. En 2011 aquellos votantes se resignaron conforme al significado del refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer”. En cambio en 2015 los que se animaron a ensayar algo diferente prevalecieron sobre los escépticos resignados. Más allá de las dudas escépticas que suelen asociarse a lo nuevo y desconocido, lo cierto es que —de tanto en tanto— las personas suelen preferir apostar a la ilusión de lo que vendrá antes que seguir padeciendo aquello que no termina de convencerlas. Como suele ocurrir con las ilusiones, la inexorable realidad puede luego confirmarlas o refutarlas; pero cuando es la hora de ilusionar, la mente humana elige libremente abrirse fervorosamente a ese juego. En tal sentido, uno de los méritos de la campaña de Mauricio Macri es haber amalgamado su discurso a esa necesidad. En contraposición, la tozudez con que el oficialismo se dedicó a pinchar el imaginario globo de la ilusión ciudadana (que en este caso aparecía curiosamente simbolizado por el ícono festivo del PRO) semejó a la conducta de esos ateos de barrio que al pretender horadar la fe del creyente solo consiguen afianzarla.

3.       Ganó la liberación, perdió la culpa
Una de las victorias culturales del kirchnerismo fue haber convencido a una porción importante de la ciudadanía que ser kirchnerista era la única expresión posible de ética e inteligencia. Como contrapartida lógica, el relato pretendía prescribir que quien se disponía a votar por Cambiemos se convertía ipso facto en un ciudadano moralmente despreciable o, en el mejor de los casos, en un tonto al que los medios hegemónicos le habrían lavado el cerebro. Pero esta vez, a la hora de votar, una parte de ciudadana se liberó de esa atávica atadura para decidir hacer simplemente lo que consideraba que había que hacer. En tal sentido, el discurso de Mauricio Macri, además de operar en clave persuasiva,  acaso haya operado más como catalizador o revelador  de una procesión ciudadana que ya iba por dentro.

4.       Ganó la apuesta a ser, perdió el deber ser impuesto desde afuera
La razón kirchnerista resulta consubstancial de un imperativo moral cuya fórmula encuadra en esta estructura: “Si querés ser un buen argentino, debes ser como yo te digo; y si te negás a este mandato, entonces sos anti pueblo, buitre y/o idiota”[1]. En contraposición, la directriz de cambiemos podría sintetizarse así: “No te resignes a ser lo que te dicen que debés ser; simplemente confía en que te ayudaremos a intentar lograr aquello que quisieras ser”. En tales términos, el triunfo de “Cambiemos” era previsible: siempre será preferible apostar a la aventura de convertirse en uno mismo, antes que a aceptar un ser que se nos impone desde afuera. Quizás esta sea la paradoja máxima para un oficialismo que pretendía considerarse a sí mismo liberador y éticamente superior, pero que terminó sucumbiendo ante los vientos de la voluntad de millones de argentinos que optaron por convertirse en auténticos ciudadanos.




[1] Quienes hemos vivido otras épocas todavía nos resuena el eco de la retahíla “pequeño burgués reaccionario idiota útil al servicio de la contrarrevolución” con la cual se pretendía que las personas debían optar en el marco de una disyuntiva de hierro: convertirse en revolucionarios de izquierda y entonces tomar las armas o continuar siendo seres despreciables. Por cierto, las intensidades han cambiado, pero la apelación al miedo que propició el kirchnerismo remeda similar estructura dicotómica.

martes, 3 de noviembre de 2015

Cosa juzgada: Macri y Scioli a 20 días del ballotage

A 20 días del ballotage la foto parece contundente: Macri aventajaría a Scioli según todas las encuestas y el resultado tiende a agudizarse.
El primer sondeo arrojó los siguientes resultados. Mauricio Macri, 45.6%; Daniel Scioli, 41.5%; en blanco,  4.1%; indecisos, 8.8%. Entre los votantes de Sergio Massa una apreciable mayoría que asciende al 45%, se inclinaría por Macri; contra un 22.3% que lo haría a favor de Scioli; un 24.5% de indecisos y 8.2% en blanco.
Luego de ese resultado conjeturábamos respecto de dos hipótesis explicativas. Por una lado, la hipótesis del “efecto espuma” sostendría que la diferencia a favor del líder del PRO obedecería al entusiasmo del día después. Luego esa euforia tendería a decantar hasta producirse un equilibrio que se resolvería en el decurso de la campaña. Por otro lado, la hipótesis del “cambio de tendencia” prescribiría que el resultado del domingo 25 fue un hecho disruptivo que marco un punto de inflexión de difícil retorno. Por lo tanto, tendería a acrecentarse.  Nuestro punto de vista se inclina más por lo segundo que por lo primero. Las razones son las siguientes:
1.       Más allá de los resultados del domingo 25 (donde, en definitiva, Scioli aventajó a Macri por 2.6%), Cambiemos terminó investido por la impronta del triunfo; mientas que el FpV apareció como el gran derrotado.
2.       El inesperado resultado refutó el mito de la invencibilidad del kirchnerismo. Si bien, el oficialismo ya había experimentado derrotas en 2009 y 2013, en las elecciones presidenciales de 2007 y 2011 terminó por imponerse claramente en primera vuelta.
3.       Adicionalmente, el arrollador triunfo de María Eugenia Vidal sobre Aníbal Fernández en contra de todos los pronósticos, demostró que esa derrota es posible no ya en el plano teórico sino en el plano fáctico.
4.       La derrota relativa del oficialismo coincidió con parte de la retórica del último tramo de la campaña de Cambiemos, cuando Macri convocaba a que los ciudadanos se animaran a votar sin miedo y a que no se resignaran a la idea de que el triunfo K en primera vuelta fuera algo irreversible. Además, la profecía macrista relativa a que habría ballotage y que el lunes sería un día de alegría, se cumplió. Esto confiere al Jefe de Gobierno porteño un hándicap de credibilidad a favor (i.e. quedó reflotando la idea de “¡Vieron que tenía razón!”, aunque esa frase ni siquiera haya sido formulada)
5.       En términos sociológicos, lo ocurrido el domingo 25 encuadra bien con el fenómeno de la consumación de los cambios de tendencias. En efecto, antes de la elección, la sociedad parecía respirar un clima de hegemonía kirchenerista. Pero después, comenzó a consolidarse un clima de cambio. Tal fenómeno se corresponde con el preciso momento en que se advierte que algo terminará por imponerse (moda, práctica social, etc.). Más precisamente, se consolida el advenimiento de una mayoría temprana que termina por arrastrar a la porción tardía que, a modo de efecto contagio, terminará por consolidar un nuevo orden[i].
6.       En términos pasionales, ocurre algo análogo: los vínculos entre ciudadanía y gobierno suelen estar regidos por el ciclo de encanto y desencanto. Desde esta perspectiva, la larga luna de miel entre el kirchnerismo y una parte mayoritaria de la sociedad parece haber llegado a su fin. En esa génesis la irrupción del macrismo parece funcionar a modo de catalizador. Al fin y al cabo, muchos idilios suelen terminan de caer definitivamente cuando aparece uno nuevo.
En síntesis, lo anterior abona la idea de que, de no mediar hechos extraordinarios (que la prudencia no debería descartar) a 20 día del ballotage la irreversibilidad del triunfo macrista se vislumbra como cosa juzgada.


[i] Otra analogía ejemplificadora puede encontrarse en el concepto de paradigma de Thomas Kuhn: cuando la acumulación de hechos problemáticos hace insostenible al viejo paradigma, se produce su ruptura para dar emergencia a algo nuevo. En tal sentido, el triunfo de Cambiemos parece augurar un cambio de cultura política. Y en similar línea, el triunfo de María Eugenia Vidal sobre Aníbal Fernández funciona como caso paradigmático.