Sucesos vertiginosos
El cimbronazo del
domingo 22 de octubre ya pasó. Sergio Massa emergió como ganador indiscutido e
inesperado superando por casi 7 puntos al favorito Javier Milei y dejando fuera
del ballotage a una alicaída Patricia Bullrich.
El lunes 23 el camino
de Sergio Massa a la presidencia se presentaba promisorio. Con la ventaja que
da un triunfo sólido a una fuerza política ordenada y con una clara vocación de
poder.
Sin
embargo, como es común en Argentina, lo disruptivo emerge vertiginosamente
antes de que se haya procesado por completo el acontecer inmediato. Así,
durante la misma noche de ese lunes, comenzaron a circular rumores sobre una
reunión entre Javier Milei y Mauricio Macri, lo cual anticipó el desenlace
dramático del día siguiente. En una conferencia de prensa improvisada, Patricia
Bullrich y Luis Petri anunciaron que, tras intercambiar mutuos perdones, y en
representación de la fórmula derrotada el domingo anterior, trabajarían de
manera conjunta, junto a Mauricio Macri, en apoyo a la campaña de Javier
Milei."
Política y humanidades
En una de nuestras
concepciones subyacentes sobre la política, a menudo la ubicamos en una suerte
de limbo trascendental, como si la política fuera una superestructura desligada
de las pasiones humanas."
En el siglo XVII Blas Pascal
sentenciaba que el corazón tiene razones que la razón no conoce.
Siglos más tarde,
Sigmund Freud invitó a pensar que cuando desconocemos las razones inconscientes
determinantes, inventamos razones espurias o racionalizaciones para justificar
aquello que emerge extraño a nuestra consciencia.
Más modernamente, el
neurocientífico Antonio Damasio teorizó que en las decisiones humanas las
emociones preceden a las razones y, a la vez, las guían a través de señales
casi inadvertidas.
Sin
embargo, una inspección fundamental de nuestra vida mental revela lo evidente:
muchas de nuestras metas no son inconscientes ni pasan desapercibidas. De
hecho, la noción sencilla de que el deseo de alcanzar un objetivo influye en
nuestras acciones parece ser una regla más que una excepción. Esto es tan
cierto como la transparencia de los deseos que nos llevan a evitar destinos que
consideramos temidos o desagradables.
En términos
sencillos, para comprender cómo se desarrollan los eventos políticos, a veces resulta
útil conjeturar acerca de los deseos y creencias de los actores involucrados. Esto es lo que instaura el campo de la psicología
política, en tanto disciplina que aspira a comprender la realidad política a la
luz de la psicología de los actores políticos.
Narrativas mentales o del
arte de contarnos y representar historias
Sin
embargo, los deseos y las creencias tienden a converger en una unidad de
significado más amplia: las narrativas mentales. Las narrativas mentales son las historias que, de modo más o menos
consciente o inadvertido, nos contamos a nosotros mismos y que,
consecuentemente, determinan nuestras acciones.
Las
narrativas mentales son estructuras psicológicas en las cuales nos posicionamos
como personajes activos inmersos en un escenario más amplio que abarca lugares,
tiempos, situaciones y otros actores intencionales que conforman una trama
desarrollada a lo largo del tiempo. Pero, además,
las narrativas mentales se plasman en representaciones tangibles que dirigimos
a interlocutores reales cuya psicología elucubramos imaginariamente. La
siguiente cita, amplía el significado de las narrativas mentales:
“Las
narrativas mentales se refieren a las historias que creamos acerca de nosotros
mismos, tanto las que nos contamos internamente como las que compartimos con
otros. En la vida de una persona pueden distinguirse dos escenas: la que los
demás pueden observar y la que la persona cree estar viviendo. Sucede que desde
esa perspectiva interior los acontecimientos de nuestra vida los vivimos como
posibles actos de escenas mayores cuyo "continente" final es nuestra
historia personal. Quizás nos consideramos los protagonistas de una trama
secreta cuyo guion vamos forjando a través de nuestra experiencia vital. Somos
tanto los actores como los protagonistas privilegiados de dicha trama.
Imaginariamente, nuestra vida es, en parte y en cierto modo, una representación
para otros. Los otros que nos importan, sea porque los amamos o porque los
odiamos. Los otros que conocemos y nos conocen; o los que no conocemos, pero
podrían conocernos. Quisiéramos ser algo o alguien para esos otros. Y esa
pasión secreta nos hace forjar historias posibles donde —alternativamente— podemos
ser héroes, villanos, víctimas inocentes, justicieros, redentores, seductores,
sensibles, valientes, duros, inteligentes, locos lindos, revolucionarios,
trasgresores, éticos, incomprendidos, etc. En tal sentido, somos a la vez el
guionista, la cámara, el actor y el montajista de las historias que forjamos
para otros o para algún ojo que imaginamos como posible testigo de nuestra
representación. La vida es eso que nos pasa. Pero lo que nos pasa es y será
atravesado por nuestra inadvertida pasión historiadora. Buscamos el sentido de
los que nos ocurre. Y la búsqueda del sentido tiene el aroma de las historias. Historias
fragmentarias y provisorias que anhelamos e ilusionamos engarzar en una única:
nuestra propia historia”.
Federico González, Narrativas mentales (2015)
Parafraseando el título de un libro
célebre del filósofo Arthur Schopenhauer, como en cualquier orden de la vida,
la política es una síntesis entre voluntad y representación, entre deseo y
simulación, entre convicción y puesta en escena.
Para comprender los actos de los actores
políticos resulta útil, sino imprescindible, conocer qué narrativa los alienta.
Qué historias se contarán a sí mismos para hacer y justificar lo que hacen.
Lo que sigue son apenas esbozos
conjeturales, más o menos verosímiles, de las narrativas de tres actores
políticos que protagonizaron las electrizantes jornadas iniciadas el 22 de
octubre. Esto es: Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich (por razones
de espacio, dejaremos el análisis de Mauricio Macri para un futuro trabajo)
Aclaramos que lo que sigue no pretende ser
un análisis político convencional, sino apenas un bosquejo interpretativo
conjetural de lo que podrían ser las narrativas auto formuladas por cada uno de
los políticos bajo análisis.
Patricia Bullrich: La
heroína valiente y austera con sed de gloria
Patricia Bullrich se define como una
luchadora. Y se jacta de esa faceta que define su ser. Patricia se muestra
aguerrida, decidida, terminante, segura. Su goce es dar la pelea franca. Se auto
percibe corajuda. Se jacta de “tener espalda” para enfrentar a las mafias, a
los narcos, a los barras bravas y a los sindicalistas corruptos, a quienes parece
decirles: “Acá estoy yo y los voy a enfrentar” Como en aquella frase del
barrio: “No pregunto cuántos son, sino que vayan pasando”.
Durante la fallida campaña, Patricia se
jactaba de decir que, si le tocaba ser presidente, nadie la iba a doblegar.
Nadie le iba a hacer torcer el camino de sus convicciones. “Conmigo no van a
poder”, se adelantaba a decirles a los “tira piedras” de siempre dispuestos a
desconocer un mandato popular.
Patricia Bullrich se define también como
una persona de principios. Una ética de las convicciones donde hay valores que
nunca se negocian.
Los valores de Patricia semejan a los
denominados valores prusianos: orden, disciplina, trabajo, sacrificio, deber,
honradez, rectitud, austeridad, patriotismo.
Luego de la derrota del 22 de octubre,
cualquier político se habría retirado a su casa y llamado a silencio para
comenzar su proceso de duelo. Pero Patricia no es cualquier política. Apenas le
bastó un intersticio de posibilidad para volver a la lucha.
Patricia debe haber pensado que en las
situaciones límites es mejor actuar sin elucubrar demasiado. Sin negociaciones
estériles y dilatorias. Si esperar permisos de nadie. Acaso creyendo que los
auténticos líderes no piden permiso; simplemente pasan a la acción.
Porque para Patricia se trataba de una
cuestión de principios y valores. Si la Patria estaba en peligro entonces no
cabe la duda. Porque, como alguien alguna vez dijera, la duda es una jactancia
de los intelectuales, no de una mujer de acción.
Por eso, casi sin pensar, pateó el tablero
de la corrección política y corrió raudamente a sellar su apoyo a Javier Milei.
Acaso en su narrativa resonó aquella frase que nos regaló Borges en “Milonga de
Jacinto Chiclana”: “De lo único que nadie se arrepiente es de haber sido
valiente”.
El refrán popular sentencia que “soldado
que huye sirve para otra batalla”. Pero Patricia quizás prefirió pensar algo
igualmente minimalista, pero de mayor intensidad: “Soldado que sigue peleando
es capaz de ganar la guerra, aunque haya perdido una batalla”.
Porque la
narrativa central de Patricia semeja a la de la heroína inclaudicable, cuyo
arquetipo podría ser Juana de Arco.
O la misma
narrativa expresada magistralmente en aquellos versos memorables de Almafuerte:
“No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido”.
Entonces Patricia Bullrich pateó el
tablero partidario. Para cambiar el tablero electoral.
Componentes de la narrativa:
Ética de principios y valores.
Valores: Coraje. Convicción. Patriotismo.
Austeridad. República.
Posibles figuras inspiradoras: ¿Qué
personajes parece evocar la narrativa de Patricia Bullrich?: Rta.: Juana de
Arco, Arturo Illia y Angela Merkel
Sergio Massa: El macho
alfa del peronismo. El estadista desarrollista y popular
Audaz, infatigable, “huidor” hacia
adelante, el tigrense encarna perfectamente la quintaesencia de la animalidad
política. Sergio juega en toda la cancha. Abre el juego. Se desmarca. Inventa
jugadas. Eximio negociador, parece disfrutar de ese juego. No importa si es en
Washington con Kristalina Giorgeva, en el Senado con Cristina Kirchner,
tejiendo alianzas con gobernadores o negociando con empresarios poderosos. Lo
cierto es que para Sergio el universo político parece siempre una oportunidad
para negociar y un vasto océano del que siempre se puede extraer poder.
Quizás la expresión sea reveladora: Sergio
Massa es un extractivista del poder. Capaz de sacarlo de las piedras. Capaz de
edificar estructura donde antes había poco o nada. Capaz de poner a funcionar
cualquier coto incipiente de poder al servicio de su gran causa.
Ambicioso y audaz, nunca le huye al
desafío. Durante la campaña lo sentenció con contundencia: "Yo, cuando
estoy al frente en la tormenta, agarro el timón y no lo suelto".
Sergio Massa nunca arruga. Se anima donde
muchos dan un paso al costado. No tiene problema en “quemar las naves” ni en
“agarrar la papa caliente”. Pertenece a la privilegiada extirpe de quienes
piensan que mañana siempre saldrá un nuevo sol. Como a Patricia Bullrich,
también le caben aquellas estrofas de Almafuerte, agregando el verso final: “No
te des por vencido, ni aun vencido” (..) “Trémulo de pavor, piénsate bravo y
arremete feroz, ya mal herido. (…) “¡Todos los incurables tienen cura cinco
segundos antes de su muerte!”
O parafraseando los versos de “Como la
cigarra” de María Elena Walsh: “Tantas veces me mataron. Tantas veces me morí.
Sin embargo, estoy aquí. Resucitando”. Porque, políticamente hablando, a Sergio
Massa lo dieron por muerto muchas veces, pero está aquí, disputando la final
para la presidencia.
Workaholic, conocedor como ninguno de las
dependencias y vericuetos del Estado, a Sergio le gusta armar estructuras, pero
nunca descuida los detalles, a los que suele atender personalmente. Imaginar
cómo es un día en la vida de Sergio Massa produce vértigo: ¿Cómo hace?, ¿Cuándo
duerme?, ¿Cómo puede atender con solvencia su WhatsApp sin delegarlo en nadie?
Cultor del arte de huir hacia adelante,
uno de las especialidades del Ministro de economía consiste en forjar
zanahorias imaginarias a las que la sabiduría mediática suele referir bajo la
figura de “sacar conejos de la galera”. Cuando parece que la turbulencia va a
doblegar la embarcación, Sergio, a último momento, inventa algo que le permite
seguir participando. El dólar soja, el dólar agro, su propia candidatura presidencial
al filo del cierre, los yuanes chinos, el préstamo de Qatar, el desembolso de
los más de 7 mil millones verdes del fondo, etc.
Ambicioso como pocos, Sergio no solo
aspira a ser presidente. Aunque nunca la va a decir (y menos en campaña) su
deseo inconfesable es convertirse en el nuevo macho alfa del peronismo.
Porque quizás su aspiracional mayor es
profundamente “religioso” y, a la vez, minimalista: “Conquistar el Poder y todo
lo demás se me dará por añadidura”
Pero el ser ambicioso de Sergio no excluye
la narrativa del hacer incansable y virtuoso. Probablemente, Sergio Massa
quisiera ser una locomotora transformadora. Una rara avis que conjuga el
peronismo con el desarrollismo. Un arquitecto de esa Argentina posible pero
nunca consumada.
Quizás en su fuero íntimo Sergio sueñe con
ser una encarnación virtuosa de Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi y Néstor
Kirchner. Líder populista. Estadista. Macho alfa del poder.
Acaso esa narrativa explique por qué
Sergio tenga hoy un 50% de chances de ser presidente. No es poco.
Quizás esta vez Sergio cumpla el milagro jugando
a suerte y verdad. Buscando o inventado los conejos finales que le abran la
Rosada. Al fin y al cabo, todo animal político sabe lo que tiene que saber: la
política es el arte de lo posible. Y si lo posible no alcanza, habrá que
inventar lo imposible.
Componente de la narrativa:
Ética del Poder y del Hacer.
Valores: Poder. Pragmatismo. Trabajo.
Voluntad hacedora.
Posibles figuras inspiradoras: Juan
Domingo Perón. Arturo Frondizi. Néstor Kirchner
Javier Milei: El outsider
libertario e inteligente que necesita Ser, en modo de villano maldito
No es novedad: Javier Milei juega a ser el
outsider rebelde iconoclasta que nos trae el evangelio de la libertad junto a
la épica anticasta.
La narrativa de Milei encuadra
perfectamente en el mito de “El Periplo del héroe", desarrollado por
Joseph Campbell, que puede resumirse así:
El mito del Periplo del héroe relata la
historia arquetípica de un protagonista que responde a la llamada a la
aventura, atraviesa desafíos y pruebas, experimenta una transformación personal
y finalmente regresa con un tesoro, reflejando así la búsqueda universal de desafío,
crecimiento y significado.
La narrativa de Milei refiere a que había
una vez un profesor de economía que enseñaba su ciencia de modo rutinario.
Hasta que leyó a unos autores (Ludwid Von Mises, Friedrich Hayek, Murray
Rothbard y Milton Friedman) que lo hicieron tomar consciencia de que había
estado equivocado en una especie de “sueño dogmático” (al estilo de Immanuel
kant con David Hume). Entonces le ocurrió lo que a tantos líderes históricos:
una profunda vocación de propósito. Una clara misión de transmitir ese nuevo
testamento económico. Las puertas de la libertad se abrieron de par en par, lo
cual lo condujo a una amalgama sinérgica entre libertarismo, anarco capitalismo
y minarquismo.
Como una especia de Voltaire
contemporáneo, en su pasional narrativa Javier Milei quiere libertar a la
Argentina de la superstición del populismo y del culto al Estado, para
instaurar el reino de la libertad que nos sacará de la decadencia de tantos
años y nos devolverá al momento liberal en que el país fue primera potencia
mundial. O a la consumación del sueño preclaro del prócer liberal Juan Bautista
Alberdi.
Es probable que en su narrativa Milei se
sienta orgulloso de uno de sus grandes logros culturales: haber legitimado a
una derecha que se avergonzada de su condición. Porque lo cool era ser “progre”.
Y porque ser “progre” equivalía a ser moderno, open mind y buena persona. En
cambio, ser de derecha connotaba ser arcaico y malvado. Un troglodita. Un
individuo egoísta, discriminador e insensible. Entonces muchos de quienes se auto
percibían liberales y/o de derecha, tendían a ocultarse antes de padecer el
oprobio de aparecer como tontos o como malas personas.
El “peluca
Milei”, le devolvió entonces el orgullo a quienes se sentían liberales. O de
derecha. Aunque más no fuera porque se
sentían pertenecientes a una clase media cuyo “pecado aspiracional egoísta” parecía
consistir en “desear ser propietarios antes que proletarios” (Adelina Dalessio
de Viola dixit.) O simplemente porque
son comerciantes o quieren ser empresarios. O porque, como decía un personaje
de la célebre película española “Solos en la madrugada”: “Nueve de cada diez
personas que Ud. admira son de derecha”
Para llegar a ese logro, Javier Milei
aplicó innumerables horas predicando los fundamentos del liberalismo y
explicando lo que había aprendido de Von Mises, Hayek, Friedman y la escuela
Austriaca.
Aunque no queda claro cuántas de esas
ideas comprendió ese gran público dispuesto a votarlo, lo cierto es que la
narrativa de Milei penetró en vastos sectores de una sociedad harta de tantos
fracasos. Aunque quizás algunas cosas sí se entendieron plenamente. Por
ejemplo, aquello de que los políticos son una casta abominable que se roba la
riqueza de los ciudadanos nobles ahogándolo con insaciables impuestos. O que la
revolución necesaria que nos va a traer la felicidad radica en quemar el Banco
Central, porque esa es la usina de la emisión y, por ende, de la inflación que
nos destruye. O quizás, simplemente, porque mucha gente está harta y prefiere a
un “loco desconocido” antes que a los corruptos o inútiles de siempre.
Pero como suele ocurrir en tantos órdenes
de la vida, a veces las cosas no se presentan de modo puro. Y en esto Milei no
es la excepción. Así, a la narrativa misionera del libertario se le adosa la
personalidad intensa y desbocada del personaje. Al punto que cabe decir que, si
los otros políticos son ellos con su narrativa, Milei es su narrativa.
Tanto que aún cuesta descifrar si se trata
de un genio o un necio. Un loco lindo o uno peligroso. Un economista visionario
o un farsante de feria.
Como alguna vez dijimos, la ideología
suele ser una extensión de la personalidad. Y la personalidad de Milei se
revela tan intensa como inasible.
La complejidad del fenómeno Milei acaso
radique en el cruce de dos narrativas independientes, aunque subsidiarias: la
del libertario y la del personaje en busca de su ser.
Como tantas otras, la historia de Milei
parece marcada por el signo de la necesidad de sobreponerse. Tal como lo
describió magistralmente el psicólogo Alfred Adler, la búsqueda humana es un
intento de superar una arcaica fragilidad. Un niño castigado, un niño que
padeció bullying, puede ser una ventana abierta hacia una reivindicación
futura. “Algún día, ya va a ver”. Ese placer de los dioses que se come frío.
Entonces Milei aparece como un poliedro de
mil caras: genio, loco, creativo, audaz, outsider, inteligente, inestable,
inflamable, caprichoso, inmaduro, único, indescifrable. Pero acaso en su fuero íntimo,
juega a ser el villano maldito y simpático que viene a vengarse de algún
antiguo opresor.
Y eso es tanto parte de su encanto como de
debilidad. Y de los malentendidos que suscita en una sociedad huérfana de
espejos.
Entonces, cuando el personaje Milei se
autoproclama como liberal vociferando con fuerza, muchos lo identifican con un
líder nacionalista cuyo leimotiv será poner orden. Y cuando Milei se proclamaba
antiabortista, aunque eso resulte más compatible con ser un conservador de
derecha antes que un liberal, quizás alguien se sintió identificado solo porque
Milei, utilizando sus propios términos, está en contra de esos “zurdos de m…. “
Lo mismo ocurre cuando, desde su
narrativa, Milei juega el “juego de la libertad beligerante”, antes que el de
la democracia consensuada. O mejor, el de la épica de defender a la libertad
con discursos de alto contenido beligerante. “No vengo a guiar corderos, vengo
a despertar leones”, “¡Viva la Libertad, Carajo!”, “¡Marche otra motosierra!”
Mientras la tribuna lo festeja, porque hay
Milei para todos los gustos. El arte de ser un caleidoscopio de espejos.
En su narrativa desenfrenada, Javier Milei
se presenta entonces como un cruzado en la lucha por la libertad, donde no se
escatiman los discursos incendiarios. Se supone entonces que la libertad es lo
que sobrevendría si se gana esa lucha. Es decir, liberar las potencias
creativas de una sociedad para hacer un mundo y una vida mejores. Pero de eso
Milei no habla. O si habla, nadie parece escucharlo.
De modo que esa imagen constructiva de la
libertad se sustituye por otras menos gráciles. Porque las imágenes más
pregnantes de Milei son las de carácter bélico: “Voy a quemar el Banco Central”
“Los vamos a sacar a patadas en el c (…)”.
De modo que es posible describir la figura
de Javier Milei soslayando su dimensión de Personaje. Porque, como muchos dicen,
Milei es un rockstar. Lo cual supone una ética consustanciada con una estética
(i.e. “Somos superiores ética y estéticamente”, Milei dixit.)
En efecto, en su narrativa desbocada existe
un estilo Milei, una puesta en escena Milei y un look Milei, con camperas de
cuero y rugir de leones. “Quieren épica, acá estoy”, parece querer decir Milei
cuando actúa en modo de líder social.
Como todo líder controversial, Javier
Milei despierta pasiones y rechazos. Algunos le temen. Quizás como se le teme a
todo lo desconocido. Quizás porque lo asocian con Donald Trump y Jair Bolsonaro
y éstos no simpatizan. Quizás porque Milei hace y dice cosas que despiertan
razonables temores. Porque, ciertamente, existen algunos problemas alrededor de
la figura del líder libertario. Por ejemplo:
Milei se descontrola. Cuando algo no le
gusta, Milei se torna fácil e intensamente irascible. Y saber qué lo hará
descontrolar resulta casi impredecible. Y eso, que no es bueno para un
dirigente, lo es menos para un presidente. Como el medicamento que cura en la
dosis justa y enferma en la mayor. Las intensidades de Milei son un arma de
doble filo: generan la pasión del entusiasmo tanto como el peligro del
descontrol. Quizás antes le sucedía con mayor frecuencia. Quizás ahora hace un
esfuerzo para no sucumbir. Quizás se nota ese intento de controlarse. Quizás se
nota que es un esfuerzo al borde del estallido. Quizás.
La gente está harta de la política y de
los políticos. En su narrativa desplegada, Milei representa a la anti política
o a la anticasta. Milei se ofreció como la mejor opción más allá de la grieta.
Aunque, paradójicamente, a costa de instaurar otra grieta. Milei legitimó el
valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del clóset de lo
políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o
de derecha (i.e. “Si, soy liberal y de derecha, ¡¿y qué?!”)
Acaso Milei se jacte de haber mostrado a
parte de los argentinos la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y
el estatismo, desde donde —y con el “yeite” de proclamar la justicia social del
campo nacional y popular— solo se ha logrado degradar a los ciudadanos a la
categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres, lúmpenes,
marginales y/o zombis sociales.
Milei se siente como un economista que
sabe de economía y sabe con seguridad lo que debería hacerse. Por ende, cree
que será capaz de solucionar los problemas endémicos de la economía, donde sus
predecesores solo acumularon promesas, fracasos y excusas.
En el marco de su teorización sobre la
figura del psicoanalista, Jacques Lacan teorizó sobre la noción de un “sujeto
supuesto saber”, para referirse al hecho simple de que las personas tendemos a
atribuir saberes particulares de algún tipo a otras personas. Aunque dichas
atribuciones resultan a veces desmedidas. En tal sentido, parte de los votantes
de Milei lo han elegido justamente porque lo han puesto en ese lugar del saber.
Pero nadie pone en ese lugar a alguien que
no se haya colocado de antemano allí. En la narrativa de Milei, solo él es el
único que sabe. Los demás son todos burros, fracasados o tocan de oído. Y su
público asiente: “No sé si entiendo mucho eso de la dolarización, la base
monetaria, el circulante, la emisión y la Escuela Austríaca; pero de lo que sí
estoy seguro es que este tipo sabe de lo que estaba hablando. Y me confío a él
para que me saqué de las penurias de la inflación que me carcome el sueldo y la
vida. Y le creo a él y no otros porque, en eso, o ya fracasaron o no parece que
sepan como sí sabe Milei”.
Desde otra arista de su narrativa surge
una dimensión casi existencial. Como si fuera un gurú de la autoayuda, acaso
sin proponérselo, Milei invita a quienes lo quieran oír a liberarse del yugo
del “deber ser progresista” o, sin eufemismos de una especie de “progredictadura”.
Esa “entelequia opresiva” que pretende prescribir cómo se debe hablar (i.e. el
lenguaje inclusivo), qué dogmas deben seguirse (i.e. “las 20 verdades peronistas”
o “las 45 verdades del Estado que nos protege”), qué contenidos deben
consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas, etc.
O que nos revela, para pulverizarlo, el
listado de los mandamientos opresores de la libertad: “la patria es el otro”,
“debes ser solidario”, “no debes ser exitoso”, “no debes perseguir tu mérito”,
“no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar dinero” etc.)
O que nos advierte sobre “la aberración
socialista que prescribe que “donde hay una necesidad hay un derecho”,
desconociendo que las necesidades son infinitas, pero los recursos escasos.
Como contrapartida, la narrativa de Milei parece
implícitamente ofrecer algo análogo a una “tabla de libertamientos”. Por
ejemplo: “Busca el reino de la Libertad y todo los demás llegará por
añadidura”; “Intenta ser propietario, antes que proletario”; “No es pecado ser
exitoso”; “Ganar dinero brindando servicios al prójimo no es solo bueno para uno,
sino para la sociedad”; “Nunca debes sucumbir a las trampas del “zurdaje
esclavizante”; “No dejes que la casta te robe el fruto de tu trabajo
exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios”, etc.
Componente de la narrativa:
Ética de la libertad liberadora.
Rupturismo mesiánico
Valores: Libertad. Autoafirmación
Posibles figuras inspiradoras: Donald
Trump. Jair Bolsonaro. Juan Bautista Alberdi. Ludwid Von Mises. Javier Milei.
Conclusión:
Volvemos a recordarlo.
Este artículo no pretende ser un análisis político. Apenas una narrativa
conjetural que intenta arrojar luz sobre las historias que, por sus actos y sus
palabras, parecen contarse a sí mismos y a la sociedad cada uno de los tres políticos
que protagonizaron la política de los últimos días.
Solo restó analizar la narrativa de Mauricio Macri. Lo cual quedará para otro trabajo.
Se autoriza la publicación
total o parcial del contenido de este artículo, con la sola condición de
referir su fuete.
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