martes, 21 de noviembre de 2017

A una semana de las elecciones: Seis razones alrededor del triunfo de CambiEmos

Introducción:
Dos fuerzas motivacionales poderosas determinan las acciones humanas: lo que queremos y lo que no queremos. Lo primero representa el orden del deseo, las metas, los sueños y las ilusiones. Lo último, desencadena el miedo y la huida. Sabemos que detrás del miedo puede esconderse un dolor ya vivido o imaginario. Sabemos que el miedo suele engendrar pasiones negativas, como el rechazo, el espanto y el odio.
La política no puede estar exenta de lo humano. Esa “entelequia real” que llamamos “la gente” vota por miedo, por ilusión o por amalgamas particulares entre esos y otros sentimientos y razones.  Aquí obviaremos las razones negativas, no porque no hayan tenido peso, sino porque todo texto supone un recorte o un énfasis. Nos centraremos entonces en las razones positivas candidatas a responder por qué ganó Cambiemos.

1.       La ilusión le ganó a la decepción
El triunfo de Cambiemos en 2015 advino a través de una promesa de cambio. El imaginario original de aquella promesa revestía un carácter singular: el cambio parecía expresarse más por la evitación de lo anterior que por la caracterización de lo que vendría.
Es sabido que algunas de las primeras medidas del Gobierno se ubicaron en las antípodas de la promesa de una vida mejor, tal como ésta fue declamaba en la campaña que condujo al triunfo de Cambiemos.
No obstante, desde el inicio de aquellos momentos críticos (simbolizados por “el tarifazo”) se asistía a un hecho inédito, casi paradójico: aunque los ciudadanos reconocían que lo estaban pasando mal, al mismo tiempo expresaban una fuerte expectativa de que estarían mejor. Al cabo de algunos meses una pregunta se reveló recurrente: ¿Si la economía no mejoraba, hasta cuándo el humor social podría acompañar al Gobierno?
Aunque durante 2017 aquel ostensible parate de la economía pareció detenerse, el fantasma del agotamiento de la paciencia ciudadana acechaba la elección.
Sin embargo, en las PASO comenzó a desmentirse ese final anunciado por muchos. En efecto, contra los pronósticos agoreros, las PASO evidenciaron que la ilusión del cambio permanecía intacta. La gente eligió seguir creyendo. Entre la decepción por lo tangible y la ilusión de lo por venir, opto por lo último.
Sin adentrarse en exégesis hermenéuticas, cabe notar que el término “ilusión” posee al menos dos acepciones. Por un lado, en valoración positiva, se emparenta con esperanza. Por otro, en valencia crítico-negativa, se opone a realidad. No resulta casual que la palabra “Fe” refiera a la experiencia de “creer sin ver”
El psicoanálisis nos recuerda que el deseo humano es a la vez motor y brújula de la vida. Es probable que, movidos por el deseo de una vida mejor, muchos argentinos hayan decidido seguir apostando a la ilusión del cambio. Aun cuando las pruebas acumuladas en casi dos años de la gestión de Cambiemos hayan generado pocos entusiasmos y algunas decepciones, quizás el deseo de que el cambio sea posible prevaleció sobre la decepción  concomitante de un nuevo fracaso.

2.       El progreso y el modernismo le ganaron al progresismo y al pobrismo
Durante la campaña de 2007 para elegir Jefe de Gobierno, una encuesta reveló lo que el investigador sospechaba: ante la pregunta acerca de quién de los tres principales candidatos (Mauricio Macri, Daniel Filmus y Jorge Telerman) era el más progresista, la respuesta fue sorprendente: ¡Mauricio Macri! La explicación era sencilla y fue corroborada en varios focus groups: la mayoría de los porteños desconocía el significado del progresismo en tanto idea política y, simplemente, asociaba progresismo con progreso y modernismo.
La gente quiere progresar. Progresar es vivir mejor. Puede hablarse de ambición de progreso o de ilusión del progreso. Pero refieren a lo mismo. En clave sociológica (o políticamente correcta) a eso se le llama movilidad social ascendente. En marketing, sencillamente se lo denomina aspiracional. Traducido al llano ya sabemos lo que significa: los pobres quieren ser de clase media; la clase media aspira a pertenecer a la clase media alta; mientras los ricos desean ser más ricos. Todos quieren crecer. Cambiemos, como ninguno, invitó a eso. A veces las razones son obvias.
Lo sabemos: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Ya lo había dicho en los ´80, con punch marketinero, la polémica Adelina D´Alessio de Viola (la “Ucedeísta popular”) para refutar al ideario de la izquierda trabajadora: “¡Los argentinos quieren ser propietarios, no proletarios!” Aunque referenciarla ahora suene políticamente incorrecto, quizás Adelina haya acertado en algo.
Acaso el pobrismo no sea sino una ética de la compasión impostada que, en su límite, conduce a un regodeo idealizado de la pobreza; pero absolutamente ineficaz para desencadenar la energía necesaria para eliminarla. Porque, paradoja sentimental: ¿por qué habría que eliminar lo que a la vez se ensalza? O porque, espejo de conveniencia, acaso el pobrismo no sea más que una jactancia contemplativa de quienes no son pobres que, por ende, se revela incapaz de generar un ápice de acción transformadora.
“¡Es la economía, estúpido!” ha tenido tantas variaciones que puede soportar algunas más: “¡No es la economía estúpido; es el progreso!¡Fue (la ilusión de) el progreso, no el progresismo; tonto!

3.       El discurso amoroso prevaleció sobre el belicoso
En la alta noche del domingo  se asistió a un espectáculo particular: en el lapso de una hora pudieron escucharse los discursos de María Eugenia Vidal, Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Tres estilos de liderazgo. Tres modos de seducir al elector. Tres modos de tocar la fibra emotiva del ciudadano.
Hagamos nuevamente el simple ejercicio de lo obvio: María Eugenia Vidal encarna y expresa un discurso amoroso. Podría decirse (no sin dejo de ironía) que Mariu es “onda paz y amor”. Es cierto. Un discurso de amorosidad envolvente. Mariu habla y quien escucha (si votó a Cambiemos, obvio) se siente inmerso en una oleada de afecto unificador. Como en las buenas publicidades que producen efecto aun cuando se las sabe increíbles (por ej., jabones y shampoos con poderes mágicos derivados de extrañas partículas con denominaciones rimbombantes), la Gobernadora es capaz de tocar la emoción de quienes, al mismo tiempo, piensan que está representado magistralmente un personaje (me incluyo)
No hay nada nuevo bajo el sol. En exquisita sentencia Borges decía: “La profesión del actor es fingir que se es otro ante una audiencia que finge creerle” En arbitraria paráfrasis deslizaría: “La profesión del político es auto convencerse de que se es otro, ante una audiencia que necesita creerle
El discurso de Cristina, también convocante, parece situarse en las antípodas. Aunque está vez su tono fue amable (la Cristina buena que a veces suele aparecer) el tono elegido por la ex presidente fue el de la firmeza asertiva. Más allá de sus efectivas palabras, las ideas fuerza subyacentes se sucedían a modo de ráfagas que preanunciaban futuras batallas: “Acá estoy yo.” “Soy la Jefa, la que realmente manda”. “Tengo el poder opositor y lo haré valer”. “Soy la auténtica, la original; los demás son fotocopias, cartón pintado”. “Comienza un nuevo ciclo, ¡prepárense que vamos a batallar!”[1]
Ciertamente podría objetarse que en última instancia se trata del poder. Todo político aspira a alcanzarlo, ejercerlo y retenerlo. Podría decirse que María Eugenia y Cristina son dos variaciones posibles para un mismo tiene: el poder. Acaso lo demás, es decir: la amorosidad y la beligerancia, sean apenas detalles. Solo que, a veces, los detalles hacen la diferencia. Ya lo decía aquella letra del mítico Tanguito: “¡Pero el amor es más fuerte!”

4.       La motivación de logro y la ética meritocrática prevaleció sobre la cultura de la trampa y la avivada

Luego que lo hicieran María Eugenia y Cristina, finalmente habló Mauricio. Para repetir, con tono exultante, como si fuera novedad, lo que suele decirnos: los argentinos merecemos y podemos vivir mejor, podemos crecer, superarnos y alcanzar nuestros sueños. Para rematar con el “¡Sí se puede!”.
Al día siguiente, desde en la Casa Rosa, el Presidente refirió a protagonismo y progreso. Y enfatizo la importancia del esfuerzo, porque “nada se hace de un día para el otro”. Para volver sobre lo que tantas veces hemos escuchado: “hay que recuperar la cultura del esfuerzo, el trabajo y el mérito”; “que cada argentino tenga la oportunidad de tener una tarea, un trabajo del cual sea protagonista; “que le permita mejorar, crecer, proyectarse, sentirse orgulloso de lo que hace”; “estamos tratando de salir de años en los cuales el vivo, el que especuló, el que hizo trampa, el que mintió, es el que sacó siempre ventajas sobre los demás
Ciertamente, no hay nuevo bajo el sol. Acaso reminiscencias de “Con fe, con trabajo, con esperanza, con coraje”.


5.       ¡Querer cambiar se puso de moda; el kirchnerismo pasó de moda!
El consultor simplista lo sentenció sin dudar: “¡Cambiemos ganará porque se puso de moda; Cristina quedó demodé!”
El consultor intelectual (¡y pretencioso!) lo habría expresado en otros términos: “Existe un momento en que la sociedad avizora un cambio de paradigma; entonces el orden instaurado cede paso al advenimiento de una nueva matriz de pensamiento político que sepulta en la historia al orden anterior”.
El consultor reflexivo ensaya el viejo arte de linkear ideas para producir analogías. Entonces surge un bosquejo conjetural, un garabato explicativo: “El cambio político, como la moda, o como el ciclo de la innovación y obsolescencia, nace, crece, se consolida y entre en declive hasta que sobreviene su inexorable ocaso”.
En 1962, el sociólogo Everett Rogers describió el ciclo de adopción y difusión de la innovación (recordemos que la innovación es un cambio superlativo) a través de un modelo en forma de campana de Gauss, donde se diferenciaban cinco grupos de personas en función del tiempo requerido para adoptar una innovación: los innovadores, los primeros adoptantes, la mayoría precoz, la mayoría tardía y los rezagados. Un siglo antes el sociólogo Gabriel Tarde ya había postulado una teoría similar a la que denominó la "Ley de imitación"
Conforme al modelo, al inicio una pequeña minoría se anima a probar la novedad asumiendo los riesgos concomitantes. Conforme a cuál sea la metáfora, diríase que esa minoría está conformada por quienes, haciendo punta, son capaces de tirarse a la pileta, aún a riesgo de que no haya agua; o bien (figura de otros tiempos), son los primeros en animarse a sacar a bailar a su parteneire, aun riesgo de quedar expuestos ante la mirada de los demás. A continuación una primera oleada de imitadores (v.g. los adoptadores tempranos) se atreve también a plegarse a la incipiente moda. Pero el cambio termina consolidándose recién en una tercera etapa, cuando la mayoría temprana acompaña a los primeros adelantados, para también navegar la ola del cambio.



                              El ciclo de adopción de las innovaciones en clave esquemática



Ciertamente, ya lo sabemos: existe un momento clave, de delgado equilibrio, en que esa mayoría adopta el rumbo. Y el instante de catalización semeja un juego de espejos. Entonces se miran unos a otros, antes de lanzarse definitivamente a la pileta. Acaso en ese momento no se atiende a si habrá o no agua, porque lo la mirada se centra en determinar si los otros se atreverán a saltar. “Si los otros se animan, también me animo”. Entonces la moda se consolida. Mientras que, por similar mecanismo, lo viejo comienza a tornase obsoleto.
Seguramente, el camino es dual. Para que nazca lo nuevo tiene que morir lo viejo. En el barrio decíamos “eso ya se está quemado”. En la “high” se expresaba lo mismo en lógica binaria: lo In y lo Out.
Para que hubiera ola amarrilla fue necesario comenzar a sepultar la ola celeste y blanca de Unidad Ciudadana. En los barrios de la sorpresa lo dicen con elocuencia: “¡Cristina ya fue!”

6.       La sed de civilización prevaleció sobre la tentación a la barbarie

Se habla de la grieta como si fuera algo inédito en nuestra historia. Pero sabemos que las antinomias siempre han existido. Nuevo vino en odres viejos. No hay nada nuevo bajo el sol. Decíamos en 2009, mientras en el Congreso de debatía la ley de medios:
“Una conjetura Borgiana para comprender por qué los hombres, a veces, no pueden sortear el pantanoso terreno del pensamiento dilemático
Jorge Luis Borges citando a Coleridge, para quien los hombres nacen aristotélicos o platónicos, sostiene que "a través de las latitudes y de las épocas, los dos antagonistas inmortales cambian de dialecto y de nombre", pero, en esencia, sus cosmovisiones se mantiene invariantes. Ignoro la universalidad de tal conjetural dicotomía. Lo cierto es que en estas alejadas pampas, unitarios o federales, civilización o barbarie, peronismo o antiperonismo, etc. parecen la corporeización cambiante de esas cosmovisiones irreconciliables. Quizás en el núcleo de un debate donde pretende legislarse para problemas del siglo XXI, se filtren los ecos silenciosos del eterno desencuentro de los argentinos, que nos siguen acosando desde siempre”





Viejas antinomias argentinas


Ya había sucedido en 2015. María Eugenia vs. Aníbal. La luz o la oscuridad. Ya sabemos quién gana. Cuando la necesidad de creer es grande, bastaría apenas con poco. Pero poco es más que nada. En Marketing lo tienen muy claro: con la ilusión no basta; también deben darse “razones para creer”. Si son ciertas, mejor (¡vaya detalle!)

Entonces aparece una Mariu exultante, cuasi en estado de gracia, y nos revela de su causa y su inclaudicable lucha contra las mafias, contra la pobreza, contra la desidia y el abandono. Nos habla entonces de las cloacas que se ya están haciendo; del desembarco del Estado en zonas antes dominadas por los narcos; del humilde barrio de San Petersburgo, donde se instaló una oficina para que la gente pueda realizar trámites, sacar el DNI, registrarse en ANSES. Ante eso, cualquier Brancatelli queda pulverizado. “No me vengas a hablar a mí de la pobreza” (Mariu dixit.) Lo dice el escritor Alvaro Abós con su exquisita pluma:
Ella se animó a nombrar las sedes argentinas del infierno: La Cava, La Rana, Puerta de Hierro, San Petersburgo, Itatí, los barrios más densos de nuestra debacle”





Civilización o barbarie, versión Cambiemos 2017
 
Ante la nada, lo ínfimo parece infinito. Un cosmos. Una gota de agua en el desierto promete ser río. ¿Cómo conquistar el desierto del atraso, la marginalidad y la patota conurbana? ¡Eureka! Con civilización. ¡Es la civilización, estúpido! El metrobus es la autopista de la civilización. Su nave insignia. En la época de Sarmiento era el tren. La impetuosa locomotora del progreso. En los tiempos líquidos, una buena marquesina basta para hacer verano. Como la cruz para el Conde Drácula, el metrobus nos conduce a la Meca del progreso. Los sabios de la mítica “Tlon” (universo borgiano) no buscaban la verdad, sino el asombro. Para ganar elecciones acaso no baste con la verdad, sino con la promesa de que el mal será finalmente reducido a cenizas. Entonces morará el Dios de la civilización y el progreso, donde los argentinos merecemos vivir. Donde se cumplirán los deseos y seremos felices. Mariu no es Juana de Arco. Pero su pasión puede contagiar a un ejército de necesitados de fe. ¡Y después dicen que Cambiemos no comunica bien, o que le falta un relato o que no hace política!

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Civilización o barbarie, versión Cambiemos 2017




Epilogo: Cambiemos ganó ¿y ahora qué?
La lógica de la promesa y la ilusión trasciende a la de la verdad sustantiva. No se trata de analizar y/o juzgar si las apelaciones al logro de una vida mejor se sustentan o no en hechos. Eso es análisis político y económico clásico. En cambio, se trata de comprender por qué tanta gente creyó la promesa y la avaló con su voto. Pero (…)
Quizás el lector piense si no será demasiado.
—“Pero González, ¿Ud. quiere decirnos que con Cambiemos triunfó el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el optimismo sobre el pesimismo, la luz sobre la oscuridad? Y qué me dice entonces sobre el ajuste, el tarifazo, la concentración económica, los Panamá papers, las fábricas que cierran, los comedores infantiles que no dan abasto.
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Tensiones entre civilización y barbarie 2017. El infierno tan temido: la barbarie de la civilización



¿Por qué no habla de eso también? Y de la reforma laboral que se viene. Y del gobierno de los CEOs. Y de la verdadera barbarie del capitalismo salvaje.

Tensiones entre civilización y barbarie 2017. El infierno tan temido: la barbarie de la civilización






















Ciertamente, a veces pareciera que no existe nada nuevo bajo el sol. Lo decía Lito Nebbia, en letra memorable:
“Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior: Ojalá que esto pronto suceda, así podrá descansar mi pena hasta la próxima vez”
Como sucede con los viajes, a veces el anhelo  de descubrir algún paraíso posible se amalgama con el intento de huir de una realidad opresiva que quisiéramos dejar atrás. Hasta la próxima vez. Tanto en la vida como en la política.


Ilustración del ciclo de adopción de innovaciones


















Pedí a mi ilustradora una imagen para graficar la idea. El producto final me generó algunos interrogantes que me hicieron dudar: ¿Habría realmente agua en la pileta? ¿Por qué los globos amarillos aparecerían flotando sobre el agua? ¿Por qué solo hay una sola persona en la pileta?, ¿Qué pasa con algunos que ya se lanzaron?, ¿Alguien se está eyectando?, ¿Alguien quiere irse a otro lado en lugar de meterse en la pileta? ¿Alguien parece desafiar la ley de gravedad?, ¿A quién habrá votado la ilustradora?, ¿El lector qué ve?


Addendum:
Ni Tolstoi, ni Nebbia. A veces nos basta Palito Ortega: “Yo tengo fe que todo cambiará, que triunfará por siempre el amor”. O Carlos Sául: “¡Siganme, no los voy a defraudar!”. O Daniel: “Con fe, con optimismo, con esperanza”. Pero hoy es Mauricio: “¡Es aquí y es ahora!”;  “¡Sí se puede!”






[1] Insisto: no se trata de sentencias literalmente expresadas por Cristina Kirchner, sino de mi arbitraria interpretación de lo que, a mi juicio, deslizaba entre líneas