lunes, 13 de julio de 2015

La polarización dudosa

El análisis del escenario electoral está signado por dos nociones expresadas de modo tan recurrente como acrítico. Por un lado, la idea de una polarización cuasi irreversible entre Daniel Scioli y Mauricio Macri. Por otro,  la invocación a que los electores decidirán su voto en el marco de un imaginario continuo cuyos polos serían continuidad y cambio. Ambas ideas se presentan relacionadas, pretendiéndose que la última justifique a la primera. Este artículo se centra sobre la polarización. En otro, se tratará el asunto de la continuidad y el cambio.

¿Realidad objetiva o ficción operativa?
¿Existe realmente una polarización anticipada entre Daniel Scioli y Mauricio Macri? ¿O se trata apenas de una idea sentenciada con exageración y premura con el fin de expulsar de la cancha a Sergio Massa, para así asegurarse un partido donde cada uno de aquellos cree tener mayores chances de ganar? ¿Es la polarización una realidad objetiva derivada de múltiples desaciertos estratégicos y tácticos de Massa? ¿O se trata básicamente de una construcción mediática pergeñada a la medida de los intereses de algún “círculo rojo”, aunque con capacidad de consumarse a modo de profecía auto cumplida? ¿Son las anteriores preguntas falsas disyunciones, dado que la verdad probablemente esté en el medio?
Una sentencia clásica prescribe que todo lo que existe, existe en alguna medida. Al recurrir a un diccionario de ciencia política surge que el término polarización refiere a “situaciones en que las opiniones divergen hacia polos de distribución o intensidad”. El problema es que esta definición teórica deja indeterminada su operacionalización. Así, la ausencia de un “polarizómetro” que determine con precisión cuándo se está ante el fenómeno, obliga a  una apreciación de sentido común: la polarización debería reservarse a situaciones en que dos partidos o candidatos se reparten alrededor del 80% del electorado.
Sin embargo, el término ya comenzó utilizarse cuando la suma de Scioli y Macri no superaba el 60%, mientras que Massa aún conservaba el 25%. Aunque hoy la tendencia en ciernes parece haberse agudizado a 65% a favor del tándem Scioli-Macri, contra un 22% de Massa-De la Sota,  lo cual marcaría una orientación hacia la consumación de dos polos; decretarla antes de tiempo implica incurrir en el sesgo de confundir la potencia con el acto.

Síntesis
Podría objetarse que se está haciendo demasiada disquisición semántica alrededor de una palabra. Sin embargo, la semántica también esconde una pragmática. Porque el uso hiperbólico del término “polarización” genera la prescripción de que solo existe una disyuntiva inexorable: Ó gana Scioli ó gana Macri.

Ciertamente, la tan referida polarización podría, finalmente, transformarse en un hecho político irreversible. Aunque también los resultados de las PASO podrían, al fin, indicar que la polarización no era más que un mito orientado a expulsar antes de tiempo a otros candidatos. Pero, más allá de cuál sea el resultado real, eso no quita que haber decretado una polarización anticipada en base a pruebas insuficientes, resulta un hecho caprichoso y, si no abusivo, cuando menos tendencioso.

La salvaje presión del “círculo rojo” y sus voceros

Círco mediático
5 de julio, 17.30 hs. Aún hay mucha gente votando. Pero desde las pantallas de TV algunos conductores y analistas discuten si Lousteau debería o no bajarse. Ensayan argumentos varios. Distinguen entre deber formal y razón política. Hablan con ligereza, con ese fondo tan típicamente argentino que mezcla cinismo, autosuficiencia y frivolidad. Parecen la barra del café del “rioba” devenida ahora en estrella del análisis político.
20 hs. Llegan los primeros cómputos oficiales que anticipan la tendencia del resultado: Horacio Rodríguez Larreta no supera los 46 puntos y habrá ballotage. Ya hay un 30% del padrón escrutado. Sin embargo, parece que esos datos no contaran. En el fondo, sobrevive la falsa certeza de que alcanzará el 50%, o casi. Sucede que los “expertos” dan por descontada la verosimilitud de una profecía sentenciada irresponsablemente, antes del mediodía, por un famosos gurú político.
20.30 hs. Uno de los conductores pregunta al encuestador invitado qué datos maneja. La respuesta del devenido analista parece decepcionar: “¡Ninguno, solo los que estoy viendo en la pantalla!” Luego intenta ensayar una reflexión. Pero lo interrumpen, como si no importara. Los conductores parecen jugar a la falsa duda pero, en el fondo, los habita la certeza del cuasi 50%. Fuera de cámara, sentencian que el resultado es irreversible e inexorable. Se auto validan regodeándose en el goce de saber lo que otros no saben: “Es así, ya van a ver”. El invitado mira azorado.

Presiones salvajes
Al otro día, con los números ya consumados, sobreviene la andanada feroz. El episodio de la TV  podría haber sido una expresión del groupthink (tendencia irracional a sesgar el pensamiento por imperio de la presión grupal). Pero ahora la cosa iba en serio.
Entonces la Intelligentsia del “círculo rojo”, despliega sus mejores plumas para instar a que Martín Lousteau —devenido en hereje del fundamentalismo pseudo republicano— se baje del ballotage.  El formato elegido fue la “sutil persuasión intimidante”. El contenido, una mezcla de moralismo republicano y pragmatismo eficaz y —secundariamente— la apelación al despropósito que significaría para el erario incurrir en un gasto innecesario ante la irreversibilidad del resultado final. La meta: Lousteau debe renunciar a su osadía personal en salvaguarda de los altos intereses del establishment.

La paradoja republicana
Lo más “curioso” del argumento “pro destituyente”, es su fondo paradojal. En su declaración de principios, “Cambiemos” nació para defender a “La República” de los atropellos del Kirchnerismo en contra de sus instituciones. Pero ahora, los mismos ideólogos que abrazaron esa causa pretenden que debe soslayarse la institución misma del ballotage, en aras de la batalla mayor que Mauricio Macri debe librar contra las malvadas fuerzas antirrepublicanas. En fin, no más que una burda variante de aquello de que el fin justifica los medios. O de que los opuestos terminan igualándose.

Reflexión final: Aquel encuestador sin cifras recuerda algo que leyó siendo estudiante secundario. En su imperfecto recuerdo, Salvador María del Carril habría instigado al General Lavalle para que fusilara a Manuel Dorrego con el fin de salvar al país del flagelo de la disgregación. Pero el cénit que inviste de dramatismo aquella remembranza es la frase con que Juan María del Carril cerraba su presión a Lavalle “Este pueblo espera todo de usted y usted debe darle todo. Cartas como esta se rompen”. Los tiempos  han cambiado. Por suerte, no hay fusilamientos (la diferencia entre el ayer y el hoy es inconmensurable). Pero tampoco vergüenza. Ahora las presiones se ventilan en forma pública y sin anestesia. Como si fuera virtud.

domingo, 5 de julio de 2015

La polarización antes del 5-J

Federico González

El análisis del escenario electoral está signado por la idea de una polarización cuasi irreversible entre Daniel Scioli y Mauricio Macri. Pero, ¿hasta qué punto se trata de un hecho real?

¿Realidad objetiva o ficción operativa?
¿Existe una polarización anticipada entre Daniel Scioli y Mauricio Macri? ¿O se trata apenas de una sentencia exagerada y prematura cuyo fin es expulsar a Sergio Massa? ¿Es la polarización una realidad objetiva derivada de múltiples desaciertos de Massa? ¿O se trata de una construcción mediática pergeñada a la medida de intereses de algún círculo rojo, aunque con capacidad de consumarse como profecía auto cumplida? ¿Son las anteriores preguntas falsas disyunciones, dado que la verdad está en el medio?
Una sentencia clásica prescribe que todo lo que existe, existe en alguna medida. El diccionario de ciencia política consigna que “polarización” refiere a “situaciones en que las opiniones divergen hacia polos de distribución o intensidad”. El problema es que esta definición teórica deja indeterminada su operacionalización. Así, la ausencia de un “polarizómetro” que determine con precisión cuándo se está ante el fenómeno, obliga al sentido común: debería reservarse a situaciones en que dos partidos o candidatos se reparten al menos el 80% del electorado.
Sin embargo, el término comenzó a utilizarse cuando la suma de Scioli y Macri no superaba el 60%, mientras que Massa aún conservaba el 25%. Aunque hoy la tendencia parece haberse agudizado a 65% a favor de Scioli-Macri, contra un 22% de Massa-De la Sota; decretarla antes de tiempo conlleva incurrir en el sesgo de confundir la potencia con el acto.

Síntesis
Ciertamente, podría objetarse que se hace una disquisición semántica alrededor de una palabra. Sin embargo, la semántica esconde también una pragmática. Porque el uso hiperbólico de “polarización” genera la prescripción de que solo existe una disyuntiva inexorable: Ó gana Scioli ó gana Macri.
Probablemente Mauricio Macri esté expectante ensayando el baile que corone un nuevo festejo PRO. Mientras, Sergio Massa quizás ilusiona con un 5-J que —con triunfos de Lousteau y del delasotismo en Córdoba— devuelva oxigeno a su alicaída campaña y demuestre así que la polarización era un mito para expulsarlo antes de tiempo.  

Ciertamente, esta noche podría haber pasito macrista que ponga moño y consolide a la polarización como hecho político irreversible. Pero eso no quita que haberla decretado antes de tiempo en base a insuficientes pruebas resultaba un hecho prematuro, abusivo y tendencioso.