La “Des-Unión Patriótica”
y la paradoja de su ala beligerante (20 de junio de 2023)
Federico González
Todos lo
sabemos: el 20 de junio, es el día de la bandera. Alguna vez fue un día de
festejo y de unión nacional. Al fin y al cabo, la bandera es un símbolo de la
Patria. Y la Patria es un conjunto de voluntades, con un sueño común, que
habita un suelo amado y sagrado.
Escena
1: La política constructiva
Algunos se
habían enteraron: el 20 de junio, comenzaba el proceso de inauguración de la
última etapa del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner. En su edición del 5 de
junio, Infobae lo titulaba así: “El 20 de junio se hará la habilitación y
puesta en marcha del Estación de Medición de Tratayén y habilitación del
kilómetro 0 al 29 y el 9 de julio será el acto formal de inauguración”
En agosto
de 2022, a pocos días de asumir su cargo, el Ministro de economía Sergio Massa
se había comprometido a inaugurar el Gasoducto Néstor Kirchner hacia junio de
2023.
Escena
2: El arte de la política beligerante
Muchos lo
vieron: el 20 de junio hubo un estallido de violencia en Jujuy. El Gobierno
Nacional y el Kirchnerismo, es decir: el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta
Cristina Kirchner, responsabilizaron de los hechos de violencia acaecidos a
Gerardo Morales, el Gobernador de Jujuy. Pero omitieron denunciar y repudiar a
los flagrantes hechos de violencia perpetrados por los manifestantes.
El Poder Ejecutivo
Nacional tampoco envió fuerzas federales para morigerar el conflicto. En
cambio, el Secretario de Derechos Humanos de la Nación Argentina Horacio
Pietragalla Corti se hizo presente en esa provincia, no para apaciguar los ánimos,
sino para tomar un claro partido a favor de los manifestantes y en contra de
las autoridades provinciales.
El Ministro
del Interior Wado de Pedro, devenido recientemente en candidato presidencial y
posicionándose como un “kirchnerista bueno y dialoguista”, lejos de calmar los
ánimos, aprovechó para arrojar más leña al fuego. En efecto, en una carta
dirigida al Gobernador Gerardo Morales, se limitó a responsabilizarlo de la
represión ejercida contra el pueblo. De la violencia manifestante y de la
inteligencia previa para perpetrarla, “Wadito” (como el presidente Alberto
Fernández alguno ves lo llamó) hizo “mutis por el foro” o, en jerga encuestológica,
“no sabe, no contesta”
Por su
parte, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, hasta un
determinado momento, apenas se limitaba a retuitear los mensajes de la
vicepresidenta Cristina Kirchner.
Ser “piantavotos”
o sobre el arte de pegarse un tiro en los pies
Volvamos a
la escena 2. El recientemente bautizado “Unión por la Patria” parece tener tres
posibles candidatos presidenciables: Sergio Massa, Wado de Pedro, y Axel
Kicillof.
El 20 de
junio Sergio Massa cumplió una promesa previamente realizada. Cualquier
consultor político con un mínimo de sentido común habría aconsejado a “Unión
por la Patria” que destacara ese hecho. En una realidad política donde la
ciudadanía se queja de que los políticos incumplen su palabra, el logro del
Ministro de Economía era una buena ocasión para, sino desmentir, al menos,
relativizar aquella sentencia.
Cualquier
experto en marketing político se habría hecho un “picnic esloganista”. Por
ejemplo: “Sergio Massa. Un hombre de palabra. Sin duda”. “Sergio Massa. Una
promesa. Una solución. Una realidad”. “Sergio Massa Cumple”. “Sergio Massa. Una
promesa. Una solución. Una realización”. “Sergio Massa lo dijo. Sergio Massa lo
hizo”. “Sergio Massa: la política constructiva también existe”, etc. etc.
Era muy
fácil. Hubo promesa. Hubo concreción. ¡Y encima era el día de la bandera!
¡Bingo!¡Carambola!
Pero no.
“Unión por la Patria”, prefirió la “épica beligerante”. Tal vez por vocación,
tal vez por impericia, tal vez por tentación. Entonces hizo la fácil. La que
mejor le sale. El error político autopercibido como estrategia excelsa. Como
virtuosismo ideológico. Como pureza militante.
Quien escribe estas líneas alguna vez (pensando en el kirchnerismo)
sentenció: “La ideología, a veces, no es más que extensión de la personalidad”.
El kirchnerismo puede ser muchas cosas, pero acaso, fundamentalmente, no es sino
una vocación de beligerancia. A Cristina Kirchner y a sus adláteres les tienta la
beligerancia. Por más que, a veces, quiera autoconvencerse de lo contrario.
Como
sentenció Oscar Wilde, “La única manera de librarse de la tentación es ceder
ante ella”. Y el Kirchnerismo sucumbe fácil.
Pero,
también lo sabemos, muchas de nuestras tentaciones tienen consecuencias
negativas. Destructivas. Autodestructivas.
“Unión por
la Patria” podría haber capitalizado el logro de Sergio Massa y de su gobierno
para sumar. Al fin y al cabo, no todos los días se inaugura un gasoducto que
promete contribuir a cambiar la matriz energética del país. Pero no. Prefirió
sucumbir a su tentación fundacional. A su ADN destructivo. A ser el eterno
escorpión ante la anonadada rana.
La
sabiduría popular lo diría más fácil. El kichnerismo, una vez más, se pegó un
tiro en los pies. La serpiente que se muerde la cola.
En la
neurociencia, en cambio, el símil es más siniestro, aunque no menos grave. En
el síndrome de la mano ajena, una de las manos interfiere con las acciones de
la opuesta.
Para
desgracia de la naciente “Unión por la Patria”, el 20 de junio la mano
siniestra y beligerante del Kirchnerismo fanático, pulverizó en un instante la
obra engendrada por la mano constructiva de Sergio Massa, que durante meses forjó
el Gasoducto Néstor Kirchner.
Ironía del
destino: ¡el gasoducto se llama Kirchner. ¡La mano que se destruye a sí misma!
Escena final: “Aquella
banderita” (un texto de inédito de 2014)
El 20 de
junio fue, también, el día de la bandera. En 2014 escribí “Aquella banderita”.
Hoy, este 20 de junio, en tiempos difíciles de una Argentina desunida que no
encuentra el rumbo, conviene no olvidarnos de aquella banderita que alguna vez
nos hermanó en los corazones de niños. A continuación, se recuerdo:
Alguna vez
fuimos niños. Alguna vez nos ilusionamos con aquellas historias. Alguna vez
llevamos con orgullo y alegría la banderita argentina. Alguna vez fuimos
felices.
Hacia el
final de "Abbadón, el exterminador", en melancólicas palabras sobre
los desencuentros de la vida, Ernesto Sábato nos dice que "la escuela
donde aprendimos a leer, ya no tiene aquellas láminas que nos hacían
soñar".
Acaso no importa: aquellas láminas siguen estando en el indeleble arcón de la memoria, donde guardamos tesoros que nadie podría quitarnos.
Alguna vez
hubo una banderita del color del cielo, del color del mar. El niño que fui no
podría olvidarla.
Luego
crecimos y dejamos de creer en tantas magias. Algunos casi nos dejamos tentar
por ese vano ejercicio de jugar a ser "ateos de barrio". Y entonces
abjuramos de tantas cosas. Alguno, invocando abstractos relativismos, hasta
llegó a olvidarse de la banderita. Pero el niño seguía atesorándola junto a lo
más preciado.
Como tantas
otras cosas en la vida, ser argentino es un azar, pero a la vez un destino. Un
destino al que ya no podríamos ni querríamos renunciar. Argentina es ese
sentimiento noble con gusto a barrio. Argentina es un nombre mágico que convoca
un vasto universo de imágenes, sentimientos, sensaciones. Argentina es como la
casa de la infancia, como aquellos amigos, como la escuelita de los primeros
garabatos, como el primer amor. Argentina es un color parecido al cielo. Nunca
lo había pensado; ahora sí: no puedo concebir cielo alguno donde Argentina no
esté presente de algún modo.
Para
quienes la hemos amado y seguiremos amándola, Argentina es una de las tantas
formas del cielo. Y la banderita celeste y blanca, un puente mágico hasta una
felicidad infantil que nunca olvidamos.
No sé
cuántas cosas podría uno llevarse para siempre. Pero seguramente me llevaría
aquella banderita celeste y blanca. Ese pedacito de felicidad en el corazón de
niño maravillado. Ese sentimiento que ya es parte de mi alma.
Del color
del cielo, del color del mar.