sábado, 27 de mayo de 2017

La histeria política en los tiempos de la post verdad

Federico González

Yo he visto muchos cantores,
Con famas bien obtenidas,
Y que después de adquiridas
No las quieren sustentar:
Parece que sin largar
Se cansaron en partidas”.
José Hernández, Martín Fierro

La crónica periodística señala que el 25 de mayo hubo definiciones electorales. No obstante, un análisis más detallado revela que lo que quedó indeterminado supera a lo definido. Por algún extraño motivo, en los tiempos líquidos de la actual política los candidatos parecen priorizar la  ambigüedad y la dilación por sobre la certeza y la decisión. Aquí se propone describir ese fenómeno y analizar sus causas.
La indefinición en los tiempos modernos
En tiempos ya idos la palabra aparecía investida de un valor superlativo. Las cosas eran o no eran. Cuando un político tenía algo que decir, simplemente lo decía. Seguramente, la hipocresía y la falsedad no son patrimonio exclusivo de los tiempos modernos. Pero para los hombres de antes la ambigüedad  tenía mala prensa. Es que había que “llamar a las cosas por su nombre”, es decir: “al pan, pan y al vino, vino”.
En cambio ahora el constante amague y retroceso, el juego de las escondidas, el sí pero no ahora y mañana quizás; parecen erigirse en la moneda corriente del discurso político electoral.
Tal cascada de indeterminaciones determina ríos de tinta especulativa derramada por  jactanciosos exégetas de las tramas ocultas de la política. Se habla entonces de la “lectura política” sobre lo que fulano le estaría queriendo decir a tal o cual sector de su propio partido, a la oposición o a la ciudadanía misma. Cuál émulos modernos del Príncipe Hamlet, los analistas políticos no se preguntan con tono dramático si deberíamos  ¿ser o no ser?,  sino algo tan pedestre como si un candidato ¡¿jugará o no jugará en las próximas elecciones?! 
En la era de la política espectáculo las referencias al juego no parecen casuales. En efecto, pareciera asistirse a una especie de póker o truco virtual basado en códigos indescifrables para los legos. Así, fulanito le estaría mandando una señal a menganito para hacerle saber que si éste no se aviene a acordar, entonces él se ¡irá con otro (u otra)!, a quien en ese mismo acto ¡le estaría enviando un guiño! Por cierto, al ciudadano de a pie (también atravesado por los tiempos modernos) le asiste el legítimo derecho de preguntarse: ¡¿Pero por qué no le manda un mensajito por “guasap” (perdón, WhatsApp) y sanseacabó?!
¿La indefinición como estrategia o la estrategia de la indefinición?
Convengamos que, a veces, las indefiniciones revisten un carácter sustantivo. Ciertamente puede ocurrir que decidir ser o no candidato depende de muchos factores que deben asegurarse previamente. Al fin y al cabo, es sabido que nadie estaría dispuesto a arrojarse a una pileta que carece de agua. Convengamos también que, a veces, el momento elegido para comunicar una decisión contribuye a su impacto político. Se habla entonces del timing de la acción y se le atribuye la cualidad de tiempista al decisor. Reconozcamos también que, a veces, lo que define entre buena y mala política es la capacidad de concebir estrategias inteligentes sobre la base de elaborar escenarios posibles. Por último, acordemos que en política (como en la guerra, la seducción y toda relación humana) los juegos de las apariencias y el engaño táctico forman parte del accionar eficaz en pos de un objetivo (al margen de que pueda resultar moralmente reprochable)
Sin embargo, una cosa es la estrategia, el timing y el tiempismo; y otra muy distinta es el coqueteo, la indefinición y la histeria. Es decir: “me sacó la foto con este y mañana doy a entender que estoy con el otro”; “deslizo  que podría ser sí, pero después digo que en realidad me interpretaron mal”; “doy a entender que me autoexcluyo y al día siguiente digo que si me necesitan, si me lo piden, siempre listo (¡o lista!)”; “sugiero que voy a anunciar algo, pero después denuncio que me hicieron una operación de prensa”; “monto una puesta en escena donde es obvio que quiero ser candidato pero, cuando me preguntan, respondo ofendido que aún no es el momento de hablar de candidaturas sino de los problemas de la gente”; “digo que voy a competir pero concretamente sigo dilatando el anuncio formal de mi candidatura”. En síntesis, “toco y me voy”, aunque no quede bien en claro ¡adonde!”
Ante tal cuadro fáctico surgen como preguntas obligadas: ¿Por qué lo harán?, ¿No resultaría más eficaz hacer algo distinto? A continuación se bosquejan algunas conjeturas y sugerencias.
¿Ambigüedad o falta de asertividad?
Algunos candidatos parecen tener un particular complejo de culpa. Acaso temen que si muestran su voluntad de poder, la gente podría catalogarlos como “oportunistas que solo persiguen fines electorales”. Ciertamente, la gente podría pensar eso y otras cosas más duras sobre los políticos.  Pero no es menos cierto que a los ciudadanos también les irrita que se insulte su inteligencia trasformando en misterio lo que es un secreto a voces. Si es evidente que alguien quiere ser candidato y que ya decidió serlo, resultaría saludable que lo diga sin más rodeos.
Además, por razones que exceden el presente análisis, los humanos también solemos estar atravesados por ciertos arquetípicos épico-narrativos donde la figura del héroe se asocia con la valentía y la decisión. En su versión más inmediata, muchos ciudadanos también valoran a aquellas figuras políticas capaces de plantarse decididamente para decir: “Acá estoy, me hago cargo de la situación, quiero ser”.
“Animales políticos
De ciertos políticos suele decirse  que son “anímales políticos”. Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner, más allá de sus luces y sombras, fueron claros ejemplares de esa fauna (excluyo a Cristina Kirchner de la enumeración porque, conforme a su prescripción, ¡debería referirla como “AniMala política”!, lo cual podría tener connotaciones negativas) No es posible pensar que ellos dudaran de revelar la misión que se autodeterminaron. Encuadran perfectamente en la máxima “Convierte en lo que eres”, formulada por Nietzsche. Asumieron su deseo sin vueltas y, en términos de aquel filósofo alemán, tenían voluntad de poderío.
A fines de 1982, luego de que el  trágico desenlace de la guerra de Malvinas pusiera en jaque a la dictadura militar, Raúl Alfonsín se aprestó a lanzar su candidatura presidencial. El 30 de octubre de 1983 fue electo presidente. Al día siguiente, la ciudad amaneció empapelada con afiches que rezaban “Menem 89”. Finalmente, Carlos Menem fue electo presidente ese año. Podría objetarse que eran otros tiempos y situaciones. Ciertamente, pero también eran otros hombres y otras convicciones sobre el significado del poder y cómo alcanzarlo.
Metáforas amorosas
Lo dijo Jorge Asís, con la elocuencia que lo caracteriza, en referencia a aquellos candidatos que no revelan el deseo que los anima y dilatan el anuncio de sus decisiones: “En política, como en el amor hay que expresar el deseo. No puede decírsele a una mujer que tal vez, mañana, a lo mejor, si te parece; hay que ser frontal. Con el poder pasa lo mismo: al poder hay que buscarlo y hay que quererlo”.
Quien escribe estas líneas también apeló a “metáforas amorosas” para describir una situación política similar a la actual en 2015, donde  algunos candidatos parecían paralizados por una especie de pánico escénico que les impedía pasar a la acción. Entonces decía: “Sucede como en aquellos viejos bailes de club, cuando los varones se pavoneaban delante de las chichas pero ninguno se animaba a invitarlas a bailar, hasta que irrumpía un tapado que iba al frente y se convertía en el rey de la noche”.
El psicoanálisis destaca que para la lógica del deseo, su expresión es un imperativo irrenunciable. Adicionalmente, hacerlo puede hasta resultar saludable para todos involucrados, en la medida en que se pone  de manifiesto hacia donde se pretende llegar y por qué caminos se elegirá transitar. Al fin y al cabo, nadie estaría dispuesto a ser conducido por un piloto que parece dudar si debe o no realizar el viaje.

“El que pega primero, pega dos veces” y otras metáforas boxísticas
En el barrio de los tiempos idos solía decirse: “El que pega primero, pega dos veces”. De modo menos beligerante, lo mismo se significaba a través del dicho “Al que madruga, Dios lo ayuda”.
En los campeonatos de box es sabido que el “challenger” debe realizar mayores méritos que el campeón para alzarse con el título. La lógica es sencilla: para destronar al campeón el retador debe demostrar una clara superioridad. En los tiempos líquidos de la política abundan muchos challengers que pretenden ser campeones sin decidirse a pelear.
El significado del posicionamiento
El mismo principio pugilístico subyace también en la noción de posicionamiento marcario que, en última instancia, se rige por las leyes de la memoria. Las marcas no son otra cosa que posiciones en la mente de los consumidores. Por eso resulta esencial ser el primero en ocupar una posición. Solía decirse que recordamos bien quien fue el primer astronauta que pisó la luna, pero pocos se acordaban quien fue el segundo. Moraleja: en lugar de malgastar un tiempo valioso en dilaciones, sería más inteligente adelantarse para ocupar las primeras posiciones.
El factor sorpresa y su paradoja
A favor de las dilaciones, podría argumentarse que su mayor mérito es capitalizar el factor sorpresa.  Acaso el imaginario subyacente prescriba que un anuncio tardío tendrá un impacto mayor para desacomodar las estrategias de los adversarios que —Chapulín Colorado dixit—  “no contaban con mi astucia”. Tal elucubración parece conllevar una jactancia final, también chapulinesca; "¡Todos mis movimientos están fríamente calculados!" Y, por ende: “El que ríe último, ríe mejor”
Sin embargo, existe un pequeño problema: cuando quien jugó al misterio finalmente anuncia su magistral jugada, ésta ya no produce sorpresa alguna, en la medida en que  ese final ¡se daba casi por descontado! En cambio, la verdadera sorpresa sería justamente al revés: cuando muchos imaginan que alguien jugará al misterio dilatando su decisión hasta el final, ¡la verdadera sorpresa sería que la anunciara al principio! Porque, “el que pega primero, pega dos veces” y porque ¡“No contaban con mi astucia”!
Todos juegan al offside
En los tiempos líquidos, a fuerza de jugar a ser estrategas, los políticos terminaron confundiendo el juego con la sustancia. Entonces, al priorizar, la especulación sobre la acción, nadie decidía nada. “Me presento pero si y solo si se presenta mengano”, razonaba fulano, mientras continuaba esperando. Pero lo curioso es que mengano, zutano y perengano hacían lo mismo. En síntesis, todos jugaban al offside, ¡pero nadie se animaba a patear la pelota al arco!

Hamlet y los “dilemas de la política líquida”
“To be or no to be”,  “Ser o no ser” es una de las frases más célebres de la literatura. Pero no solo expresa el dilema existencial más arduo, sino también la vacilante personalidad del príncipe de Dinamarca. Porque al haber sucumbido a la indecisión como modo de ser, Hamlet ya no puede convertirse en quién quisiera. Salvando las infinitas distancias, la indefinición de la política líquida disfrazada de estrategia excelsa no deja de revelar una profunda indefinición personal. Porque a fuerza de obsesionarse y encandilarse con las insaciables miradas de los otros proyectados, los políticos modernos parecen —paradójicamente— renunciar a la más íntima esencia de sus pasiones. De tanto calcular, elucubrar y sopesar, terminan prisioneros de las mismas telarañas construidas por sus propios rollos mentales. Como si en lugar de orientarse decididamente a la acción convocante, terminaran deshojando margaritas imaginarias para determinar si el electorado los querrá o no.
El arte de amagar
Aquel gaucho payador del Martín Fierro, venía a contarnos sobre insolventes cantores que, al no poder estar a la altura de sus antecedentes, terminaban cansándose en partidas. Similarmente, en los tiempos de la post verdad, los políticos parecen ejercer el tedioso hábito del amague. Acaso con esos entretenimientos vanos pretenden jugar a Maquiavelos modernos. Pero solo son vulgares procastinadores. 
Telenovelas aburridas
Como en las telenovelas aburridas, donde los capítulos se suceden sin ton ni son hasta arribarse al último donde, mágicamente, se arregla todo; en los tiempos líquidos de la política jugar al misterio se trasformó en algo más sustantivo que hacer política.

Pero ni siquiera se trata de realpolitk, sino apenas de malas novelas.