A
una semana de las elecciones: Seis razones alrededor del triunfo de CambiEmos
Introducción:
Dos fuerzas motivacionales poderosas determinan las acciones
humanas: lo que queremos y
lo que no queremos. Lo primero representa el orden del deseo, las metas, los sueños y las ilusiones. Lo último,
desencadena el miedo y la huida.
Sabemos que detrás del miedo puede esconderse un dolor ya vivido o imaginario.
Sabemos que el miedo suele engendrar pasiones negativas, como el rechazo, el espanto y el odio.
La
política no puede estar exenta de lo humano. Esa “entelequia real” que
llamamos “la gente” vota por miedo, por ilusión o por amalgamas particulares
entre esos y otros sentimientos y razones.
Aquí obviaremos las razones negativas, no porque no hayan tenido peso,
sino porque todo texto supone un recorte o un énfasis. Nos centraremos entonces
en las razones positivas candidatas a responder por qué ganó Cambiemos.
1.
La ilusión le ganó a la
decepción
El
triunfo de Cambiemos en 2015 advino a través de una promesa de cambio. El imaginario original
de aquella promesa revestía un carácter singular: el cambio parecía expresarse más por la evitación de lo
anterior que por la caracterización de lo que vendría.
Es
sabido que algunas de las primeras medidas del Gobierno se ubicaron en las
antípodas de la promesa de una vida mejor, tal como ésta fue declamaba en la
campaña que condujo al triunfo de Cambiemos.
No
obstante, desde el inicio de aquellos momentos críticos (simbolizados por “el
tarifazo”) se asistía a un hecho inédito, casi paradójico: aunque los
ciudadanos reconocían que lo estaban pasando mal, al mismo tiempo expresaban una
fuerte expectativa de que estarían mejor. Al cabo de algunos meses una pregunta
se reveló recurrente: ¿Si la economía no mejoraba, hasta cuándo el humor social
podría acompañar al Gobierno?
Aunque
durante 2017 aquel ostensible parate de la economía pareció detenerse, el
fantasma del agotamiento de la paciencia ciudadana acechaba la elección.
Sin
embargo, en las PASO comenzó a desmentirse ese final anunciado por muchos. En
efecto, contra los pronósticos agoreros, las PASO evidenciaron que la ilusión del cambio
permanecía intacta. La
gente eligió seguir creyendo. Entre la decepción por lo tangible y la ilusión de lo por venir, opto
por lo último.
Sin
adentrarse en exégesis hermenéuticas, cabe notar que el término “ilusión” posee al menos
dos acepciones. Por un lado, en valoración positiva, se emparenta con esperanza. Por otro, en
valencia crítico-negativa, se
opone a realidad. No resulta casual que la palabra “Fe” refiera a la
experiencia de “creer sin ver”
El
psicoanálisis nos recuerda que el deseo humano es a la vez motor y brújula de la vida. Es
probable que, movidos por el deseo de una vida mejor, muchos argentinos hayan decidido seguir apostando
a la ilusión del cambio. Aun cuando las pruebas acumuladas en casi dos
años de la gestión de Cambiemos hayan generado pocos entusiasmos y algunas
decepciones, quizás el
deseo de que el cambio sea posible prevaleció sobre la decepción concomitante de un nuevo fracaso.
2.
El progreso y el modernismo le
ganaron al progresismo y al pobrismo
Durante la campaña de 2007 para elegir Jefe de Gobierno, una
encuesta reveló lo que el investigador sospechaba: ante la pregunta acerca de
quién de los tres principales candidatos (Mauricio Macri, Daniel Filmus y Jorge
Telerman) era el más progresista, la respuesta fue sorprendente: ¡Mauricio
Macri! La explicación era sencilla y fue corroborada en varios focus groups: la mayoría de los porteños
desconocía el significado del progresismo en tanto idea política y, simplemente,
asociaba progresismo con progreso y modernismo.
La
gente quiere progresar. Progresar es vivir mejor. Puede hablarse de ambición de progreso o de
ilusión del
progreso. Pero refieren a lo mismo. En clave sociológica (o políticamente
correcta) a eso se le llama movilidad
social ascendente. En marketing, sencillamente se lo denomina aspiracional. Traducido
al llano ya sabemos lo que significa: los pobres quieren ser de clase media; la clase media aspira a
pertenecer a la clase media alta; mientras los ricos desean ser más ricos. Todos quieren crecer. Cambiemos, como ninguno, invitó
a eso. A veces las razones son obvias.
Lo sabemos: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Ya lo había
dicho en los ´80, con punch marketinero,
la polémica Adelina D´Alessio de Viola (la “Ucedeísta popular”) para refutar al
ideario de la izquierda trabajadora: “¡Los argentinos quieren ser propietarios, no proletarios!” Aunque
referenciarla ahora suene políticamente incorrecto, quizás Adelina haya
acertado en algo.
Acaso
el pobrismo no sea sino una ética de la compasión impostada que, en su límite,
conduce a un regodeo idealizado de la pobreza; pero absolutamente ineficaz para
desencadenar la energía necesaria para eliminarla. Porque, paradoja
sentimental: ¿por qué habría que eliminar lo que a la vez se ensalza? O porque,
espejo de conveniencia,
acaso el pobrismo no sea más que una jactancia contemplativa de quienes no son
pobres que, por ende, se revela incapaz de generar un ápice de acción transformadora.
“¡Es la economía, estúpido!” ha tenido tantas variaciones
que puede soportar algunas más: “¡No es la economía estúpido; es el progreso! “¡Fue (la ilusión de) el
progreso, no el progresismo; tonto!”
3.
El discurso amoroso prevaleció
sobre el belicoso
En la alta noche del domingo
se asistió a un espectáculo particular: en el lapso de una hora pudieron
escucharse los discursos de María Eugenia Vidal, Cristina Kirchner y Mauricio
Macri. Tres estilos de
liderazgo. Tres
modos de seducir al elector. Tres modos de tocar la fibra emotiva del ciudadano.
Hagamos nuevamente el simple ejercicio de lo obvio: María Eugenia Vidal encarna y
expresa un discurso amoroso. Podría decirse (no sin dejo de ironía) que Mariu
es “onda paz y amor”. Es cierto. Un discurso de amorosidad envolvente. Mariu habla y quien escucha
(si votó a Cambiemos, obvio) se siente inmerso en una oleada de afecto unificador.
Como en las buenas publicidades que producen efecto aun cuando se las sabe
increíbles (por ej., jabones y shampoos con poderes mágicos derivados de
extrañas partículas con denominaciones rimbombantes), la Gobernadora es capaz de tocar la emoción de
quienes, al mismo tiempo, piensan que está representado magistralmente un
personaje (me incluyo)
No hay nada nuevo bajo el sol. En exquisita sentencia Borges
decía: “La profesión del actor es fingir que se es otro ante una audiencia que
finge creerle” En arbitraria paráfrasis deslizaría: “La profesión del político es auto convencerse de
que se es otro, ante una audiencia que necesita creerle”
El discurso de Cristina, también convocante, parece situarse
en las antípodas. Aunque está vez su tono fue amable (la Cristina buena que a
veces suele aparecer) el tono elegido por la ex presidente fue el de la firmeza asertiva. Más
allá de sus efectivas palabras, las ideas fuerza subyacentes se sucedían a modo de ráfagas que
preanunciaban futuras batallas: “Acá estoy yo.” “Soy la Jefa, la que
realmente manda”. “Tengo el poder opositor y lo haré valer”. “Soy la auténtica,
la original; los demás son fotocopias, cartón pintado”. “Comienza un nuevo
ciclo, ¡prepárense que vamos a batallar!”[1]
Ciertamente podría objetarse que en última instancia se
trata del poder. Todo político aspira a alcanzarlo, ejercerlo y retenerlo. Podría decirse que María Eugenia
y Cristina son dos variaciones posibles para un mismo tiene: el poder.
Acaso lo demás, es decir: la amorosidad y la beligerancia, sean apenas
detalles. Solo que, a veces, los
detalles hacen la diferencia. Ya lo decía aquella letra del mítico
Tanguito: “¡Pero el amor
es más fuerte!”
4.
La motivación de logro y la ética meritocrática prevaleció sobre la cultura de la trampa y la avivada
Luego
que lo hicieran María Eugenia y Cristina, finalmente habló Mauricio. Para
repetir, con tono exultante, como si fuera novedad, lo que suele decirnos: los argentinos merecemos y
podemos vivir mejor, podemos crecer, superarnos y alcanzar nuestros sueños.
Para rematar con el “¡Sí se puede!”.
Al
día siguiente, desde en la Casa Rosa, el Presidente refirió a protagonismo y progreso. Y enfatizo la
importancia del esfuerzo,
porque “nada se hace de un día para el otro”. Para volver sobre lo que tantas
veces hemos escuchado: “hay
que recuperar la
cultura del esfuerzo, el trabajo y el mérito”; “que cada argentino tenga la oportunidad de tener una tarea, un trabajo del cual sea
protagonista; “que
le permita mejorar,
crecer, proyectarse, sentirse orgulloso de lo que hace”; “estamos tratando de salir de
años en los cuales el vivo, el que especuló, el que hizo trampa, el que mintió,
es el que sacó siempre ventajas sobre los demás”
Ciertamente,
no hay nuevo bajo el sol. Acaso reminiscencias de “Con fe, con trabajo, con
esperanza, con coraje”.
5.
¡Querer cambiar se puso de moda;
el kirchnerismo pasó de moda!
El consultor simplista lo sentenció sin dudar: “¡Cambiemos ganará porque se
puso de moda; Cristina quedó demodé!”
El consultor intelectual (¡y pretencioso!) lo habría
expresado en otros términos: “Existe un momento en que la sociedad avizora un cambio de paradigma;
entonces el orden instaurado cede paso al advenimiento de una nueva matriz de
pensamiento político que sepulta en la historia al orden anterior”.
El consultor reflexivo ensaya el viejo arte de linkear ideas
para producir analogías. Entonces surge un bosquejo conjetural, un garabato
explicativo: “El cambio
político, como la moda, o como el ciclo de la innovación y obsolescencia, nace,
crece, se consolida y entre en declive hasta que sobreviene su inexorable ocaso”.
En 1962, el sociólogo Everett Rogers describió el ciclo de adopción y difusión de la
innovación (recordemos que la innovación es un cambio superlativo) a
través de un modelo en forma de campana de Gauss, donde se diferenciaban cinco
grupos de personas en función del tiempo requerido para adoptar una innovación:
los innovadores, los primeros adoptantes, la mayoría precoz, la mayoría tardía
y los rezagados. Un siglo antes el sociólogo Gabriel Tarde ya había postulado
una teoría similar a la que denominó la "Ley de imitación"
Conforme al modelo, al inicio una pequeña minoría se anima a
probar la novedad asumiendo los riesgos concomitantes. Conforme a cuál sea la
metáfora, diríase que esa minoría está conformada por quienes, haciendo punta,
son capaces de tirarse a la pileta, aún a riesgo de que no haya agua; o bien
(figura de otros tiempos), son los primeros en animarse a sacar a bailar a su parteneire, aun riesgo de quedar
expuestos ante la mirada de los demás. A continuación una primera oleada de
imitadores (v.g. los adoptadores tempranos) se atreve también a plegarse a la
incipiente moda. Pero el cambio termina consolidándose recién en una tercera
etapa, cuando la mayoría
temprana acompaña a los primeros adelantados, para también navegar la ola del cambio.
El ciclo de adopción de las innovaciones en clave esquemática
Ciertamente, ya lo sabemos: existe un momento clave, de
delgado equilibrio, en que esa mayoría adopta el rumbo. Y el instante de catalización
semeja un juego de espejos. Entonces se miran unos a otros, antes de
lanzarse definitivamente a la pileta. Acaso en ese momento no se atiende a si
habrá o no agua, porque lo la mirada se centra en determinar si los otros se atreverán
a saltar. “Si los otros se
animan, también me animo”. Entonces la moda se consolida. Mientras que,
por similar mecanismo, lo viejo comienza a tornase obsoleto.
Seguramente, el camino es dual. Para que nazca lo nuevo tiene que morir lo viejo.
En el barrio decíamos “eso ya se está quemado”. En la “high” se expresaba lo
mismo en lógica binaria: lo In y lo Out.
Para
que hubiera ola amarrilla fue necesario comenzar a sepultar la ola celeste y
blanca de Unidad Ciudadana. En los barrios de la sorpresa lo dicen con
elocuencia: “¡Cristina ya fue!”
6.
La sed de civilización
prevaleció sobre la tentación a la barbarie
Se
habla de la grieta como si fuera algo inédito en nuestra historia. Pero sabemos
que las antinomias siempre
han existido. Nuevo vino en odres viejos. No hay nada nuevo bajo el sol.
Decíamos en 2009, mientras en el Congreso de debatía la ley de medios:
“Una
conjetura Borgiana para comprender por qué los hombres, a veces, no pueden
sortear el pantanoso terreno del pensamiento dilemático
Jorge
Luis Borges citando a Coleridge, para quien los hombres nacen aristotélicos o platónicos,
sostiene que "a través de las latitudes y de las épocas, los dos antagonistas inmortales
cambian de dialecto y de nombre", pero, en esencia, sus cosmovisiones
se mantiene invariantes. Ignoro la universalidad de tal conjetural dicotomía.
Lo cierto es que en estas alejadas pampas, unitarios o federales, civilización o barbarie,
peronismo o antiperonismo, etc. parecen la corporeización cambiante de esas
cosmovisiones irreconciliables. Quizás en el núcleo de un debate donde pretende
legislarse para problemas del siglo XXI, se filtren los ecos silenciosos del
eterno desencuentro de los argentinos, que nos siguen acosando desde siempre”
Viejas antinomias
argentinas
Ya
había sucedido en 2015. María
Eugenia vs. Aníbal. La
luz o la oscuridad. Ya sabemos quién gana. Cuando la necesidad de creer es grande, bastaría apenas con
poco. Pero poco es más que nada. En Marketing lo tienen muy claro: con
la ilusión no basta; también deben darse “razones para creer”. Si son ciertas, mejor (¡vaya
detalle!)
Entonces aparece una Mariu
exultante, cuasi en estado de gracia, y nos revela de su causa y su
inclaudicable lucha contra las mafias, contra la pobreza, contra la desidia y
el abandono. Nos habla entonces de las cloacas que se ya están haciendo;
del desembarco del Estado en zonas antes dominadas por los narcos; del humilde
barrio de San Petersburgo, donde se instaló una oficina para que la gente pueda
realizar trámites, sacar el DNI, registrarse en ANSES. Ante eso, cualquier
Brancatelli queda pulverizado. “No me vengas a hablar a mí de la pobreza”
(Mariu dixit.) Lo dice el escritor Alvaro Abós con su exquisita pluma:
“Ella se animó a nombrar las sedes argentinas del infierno:
La Cava, La Rana, Puerta de Hierro, San Petersburgo, Itatí, los barrios más
densos de nuestra debacle”
Ante la nada, lo ínfimo parece
infinito. Un cosmos. Una gota de agua en el desierto promete ser río. ¿Cómo
conquistar el desierto del atraso, la marginalidad y la patota conurbana? ¡Eureka!
Con civilización. ¡Es la civilización, estúpido! El metrobus es la autopista de la civilización. Su
nave insignia. En la época de Sarmiento era el tren. La impetuosa locomotora
del progreso. En los
tiempos líquidos, una buena marquesina basta para hacer verano. Como la
cruz para el Conde Drácula, el metrobus nos conduce a la Meca del progreso. Los
sabios de la mítica “Tlon” (universo borgiano) no buscaban la verdad, sino el
asombro. Para ganar
elecciones acaso no baste con la verdad, sino con la promesa de que el mal será
finalmente reducido a cenizas. Entonces morará el Dios de la civilización
y el progreso, donde los argentinos merecemos vivir. Donde se cumplirán los deseos
y seremos felices. Mariu no es Juana de Arco. Pero su pasión puede contagiar a
un ejército de necesitados de fe. ¡Y después dicen que Cambiemos no comunica bien, o que le falta un
relato o que no hace política!
Civilización o barbarie, versión
Cambiemos 2017
Epilogo: Cambiemos
ganó ¿y ahora qué?
La
lógica de la promesa y la ilusión trasciende a la de la verdad sustantiva.
No se trata de analizar y/o juzgar si las apelaciones al logro de una vida
mejor se sustentan o no en hechos. Eso es análisis político y económico
clásico. En cambio, se
trata de comprender por qué tanta gente creyó la promesa y la avaló con su voto.
Pero (…)
Quizás el lector piense si no será demasiado.
—“Pero González, ¿Ud. quiere
decirnos que con Cambiemos triunfó el bien sobre el mal, la verdad sobre la
mentira, el optimismo sobre el pesimismo, la luz sobre la oscuridad? Y qué me
dice entonces sobre el ajuste, el tarifazo, la concentración económica, los
Panamá papers, las fábricas que cierran, los comedores infantiles que no dan
abasto.
Tensiones entre civilización y barbarie 2017. El
infierno tan temido: la barbarie de la civilización
¿Por qué no habla de eso también?
Y de la reforma laboral que se viene. Y del gobierno de los CEOs. Y de la
verdadera barbarie del capitalismo salvaje.
Tensiones entre civilización y barbarie 2017. El
infierno tan temido: la barbarie de la civilización
Ciertamente, a veces pareciera que no existe nada nuevo bajo
el sol. Lo decía Lito Nebbia, en letra memorable:
“Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos
te hace olvidar el anterior: Ojalá que esto pronto suceda, así podrá descansar
mi pena hasta la próxima vez”
Como
sucede con los viajes, a veces el anhelo de descubrir algún
paraíso posible se amalgama con el intento de huir de una realidad opresiva que
quisiéramos dejar atrás. Hasta la próxima vez. Tanto en la vida como en
la política.
Ilustración del ciclo de adopción de
innovaciones
Pedí a mi ilustradora
una imagen para graficar la idea. El producto final me generó algunos
interrogantes que me hicieron dudar: ¿Habría realmente agua en la pileta? ¿Por
qué los globos amarillos aparecerían flotando sobre el agua? ¿Por qué solo hay
una sola persona en la pileta?, ¿Qué pasa con algunos que ya se lanzaron?,
¿Alguien se está eyectando?, ¿Alguien quiere irse a otro lado en lugar de
meterse en la pileta? ¿Alguien parece desafiar la ley de gravedad?, ¿A quién
habrá votado la ilustradora?, ¿El lector qué ve?
Addendum:
Ni
Tolstoi, ni Nebbia. A veces nos basta Palito Ortega: “Yo tengo fe que todo
cambiará, que triunfará por siempre el amor”. O Carlos Sául: “¡Siganme, no los
voy a defraudar!”. O Daniel: “Con fe, con optimismo, con esperanza”. Pero hoy es Mauricio: “¡Es aquí
y es ahora!”; “¡Sí se puede!”
[1] Insisto:
no se trata de sentencias literalmente expresadas por Cristina Kirchner, sino
de mi arbitraria interpretación de lo que, a mi juicio, deslizaba entre líneas