Federico González
La noticia conmocionó a la opinión pública: el cuerpo de Santiago Maldonado habría aparecido sobre las aguas del río Chubut.
Luego, la autopsia verificó en acto lo que hasta ese entonces
era potencia. Pero la que aún subsiste sumergida es la verdad de lo ocurrido.
La gente necesita saber la verdad. El pueblo quiere saber de
qué se trata. Pero, ¿Qué verdad es la que realmente se quiere? ¿La Verdad
verdadera o la que nos gustaría que fuera? Acaso no sea la Verdad. Acaso sea apenas
aquella “verdad” que nos conviene mejor.
Lo sabemos: la búsqueda de la verdad es una de las grandes pasiones humanas.
Pero no la única. Ciertamente, necesitamos tanto conocer la verdad como que ésta se nos revele a la
medida de nuestra ilusión. Dilema y paradoja
suelen poblar el tráfico de nuestras mentes y corazones. Declamamos la
necesidad de verdad, pero —a veces— algo nos traiciona. Porque queremos la verdad pero
—extravío narcisista— también necesitamos tener razón. Será porque tener
razón justifica nuestra cosmovisión del mundo. Y eso nos justifica a nosotros
mismos.
Con la justicia ocurre algo análogo. Tenemos sed de justicia pero, de antemano, ya elegimos a nuestro culpable favorito. Y si la verdad determina
que el culpable es otro o ninguno, quizás sucumbamos a la tentación de sostener
que la justicia no es entonces auténtica.
La ciencia forense sentencia que los cadáveres hablan. Pero ningún indicio nos resultará
revelador si no estamos preparados para escuchar.
La psicología cognitiva nos enseña sobre la tendencia a
incurrir en el sesgo
confirmatorio. Estamos más preparados para considerar las evidencias
favorables a nuestro punto de vista que para atender a las contrarias. Nuestra mente tiene voracidad de
ejemplos, pero se revela ciega a los contra-ejemplos. La sabiduría popular
sostiene lo mismo en refranes cristalizados: “Buscamos llevar agua para nuestro
molino”
En magistrales estudios el psicólogo Jerome Bruner
esclareció sobre la dinámica de nuestras percepciones. Percibimos bajo el tamiz
de las hipótesis. Cuando
sostenemos fuertemente una hipótesis necesitamos muchas evidencias contrarias
para refutarla. En cambio, cualquier indicio vale para alcanzar certezas
incontrovertibles.
El filósofo de la ciencia Thomas Kunh destacó la importancia
de los paradigmas para comprender por qué la ciencia misma también está
determinada por cosmovisiones inadvertidas de las comunidades científicas. Dentro de las burbujas lógicas
donde estamos situados vemos lo que nos interesa e ignoramos el resto.
La ceguera paradigmática
determina el tránsito inexorable hacia la insensibilidad apática. O, lo que es peor: hacia el
odio irracional.
El odio irracional suele dar pie a interpretaciones
antojadizas. El odio visceral tiende un puente relámpago entre la sospecha
cauta y la fabulación delirante. Ya lo sabemos: el odio libera el filtro de la razón para alcanzar su
propia dinámica.
Los espíritus
escépticos también revelan sus apetencias. “Nunca se sabrá la verdad.
¡En Argentina nunca se sabe la verdad!”
La
sospecha escéptica es prima hermana de la suspicacia malévola: “Cuándo el río suena, agua
trae”
Los buscadores de coincidencias significantes no podrán
resistir la tentación de identificar patrones:
Las
mentes conspirativas elucubrarán febriles hipótesis paranoicas, donde lo tangible es apenas
la punta del iceberg de un entramado
siniestro de perversas causas.
Los
espíritus optimistas, en cambio, acaso piensen que tarde o temprano la verdad se revela saliendo a
la superficie.
Quizás lo único verdaderamente cierto sea que, al fin y al
cabo, el cuerpo de Santiago Maldonado apareció flotando en un río.
Un río que es agua y ya es símbolo.
Palabras claves:
verdad – justicia – dilema y paradoja – sesgo confirmatorio – paradigmas mentales – burbujas lógicas – ceguera paradigmática – insensibilidad apática – odio irracional –sospecha escéptica - suspicacia malévola – hipótesis paranoica – entramado siniestro -optimismo revelador