Por Federico González
El 22 de noviembre terminó la incertidumbre electoral así como la serie de conjeturas predictivas que la antecedieron: ganó Cambiemos, ganó Macri. Entonces sobrevienen las conjeturas interpretativas: ¿Por qué ganó?
El 22 de noviembre terminó la incertidumbre electoral así como la serie de conjeturas predictivas que la antecedieron: ganó Cambiemos, ganó Macri. Entonces sobrevienen las conjeturas interpretativas: ¿Por qué ganó?
No hay una respuesta
taxativa a ese interrogante porque — en rigor— existen tantas razones
como votos. No obstante, aunque elegir una única explicación (o algunas pocas)
resulte un acto de arbitrariedad intelectual y un abuso de la simplificación,
igual intentaré bosquejar un marco interpretativo partiendo de un denominador
común, expresado de modos diversos.
1. Ganó la esperanza, perdió el miedo
La campaña del miedo no surtió todo el efecto esperado.
Acaso Scioli habría acertado con la sentencia “Seré más Scioli que nunca”. El
problema fue que, inexplicablemente, hizo lo contario: Daniel fue menos Scioli
que nunca. El mejor Scioli era un político conciliador, propenso al diálogo,
amable, dialoguista, integrador, querible. Quizás lo que le faltaba para
erigirse en nuevo líder indiscutido era animarse a decir lo que siempre deslizó
ambiguamente, pero nunca se atrevió a revelar en voz alta: Daniel no era un
auténtico Kirchnersita. Quizás hasta hace poco ni siquiera era necesario
revelarlo, porque el juego de la ambigüedad había sido suficiente para
garantizar que lo que el Gobernador callaba fuera completado por aquel
electorado independiente que le atribuía lo que luego se reveló falso. Porque
el gran fracaso del Scioli que se mostró en la campaña del ballotage es haber
decepcionado aquella ilusión. Scioli prometió ser Daniel, pero finalmente
sucumbió a ser un émulo de Cristina. Así, la mueca final de la campaña del
miedo tuvo sabor a paradoja: quién se rindió a su propio miedo no fue el
votante de Macri, sino el propio Scioli.
2. Ganó la ilusión, perdió la el escepticismo resignado
El
contundente triunfo de Cristina Kirchner en 2011, además de conferir luz verde
a la desmesura de una “Cristina eterna”, generó un mal entendido. Ciertamente
una parte importante de aquel histórico 54% estuvo integrado por votos de
Kirchneristas incondicionales y de simpatizantes genuinos. Pero no es menos
cierto que otra parte considerable de quienes acompañaron a Cristina provino de
quienes (aunque ya profundamente desencantados con el Kirchnerismo) temieron
que si ganaba la oposición (Alfonsín, Binner) las cosas hubieran sido peores.
En 2011 aquellos votantes se resignaron conforme al significado del refrán “más
vale malo conocido que bueno por conocer”. En cambio en 2015 los que se
animaron a ensayar algo diferente prevalecieron sobre los escépticos resignados.
Más allá de las dudas escépticas que suelen asociarse a lo nuevo y desconocido,
lo cierto es que —de tanto en tanto— las personas suelen preferir apostar a la
ilusión de lo que vendrá antes que seguir padeciendo aquello que no termina de
convencerlas. Como suele ocurrir con las ilusiones, la inexorable realidad
puede luego confirmarlas o refutarlas; pero cuando es la hora de ilusionar, la
mente humana elige libremente abrirse fervorosamente a ese juego. En tal
sentido, uno de los méritos de la campaña de Mauricio Macri es haber amalgamado
su discurso a esa necesidad. En contraposición, la tozudez con que el
oficialismo se dedicó a pinchar el imaginario globo de la ilusión ciudadana
(que en este caso aparecía curiosamente simbolizado por el ícono festivo del
PRO) semejó a la conducta de esos ateos de barrio que al pretender horadar la
fe del creyente solo consiguen afianzarla.
3. Ganó la liberación, perdió la culpa
Una
de las victorias culturales del kirchnerismo fue haber convencido a una porción
importante de la ciudadanía que ser kirchnerista era la única expresión posible
de ética e inteligencia. Como contrapartida lógica, el relato pretendía
prescribir que quien se disponía a votar por Cambiemos se convertía ipso facto en un ciudadano moralmente
despreciable o, en el mejor de los casos, en un tonto al que los medios
hegemónicos le habrían lavado el cerebro. Pero esta vez, a la hora de votar,
una parte de ciudadana se liberó de esa atávica atadura para decidir hacer
simplemente lo que consideraba que había que hacer. En tal sentido, el discurso
de Mauricio Macri, además de operar en clave persuasiva, acaso haya operado más como catalizador o
revelador de una procesión ciudadana que
ya iba por dentro.
4. Ganó la apuesta a ser, perdió el deber ser
impuesto desde afuera
La razón kirchnerista resulta consubstancial de un
imperativo moral cuya fórmula encuadra en esta estructura: “Si querés ser un
buen argentino, debes ser como yo te digo; y si te negás a este mandato,
entonces sos anti pueblo, buitre y/o idiota”[1].
En contraposición, la directriz de cambiemos podría sintetizarse así: “No te
resignes a ser lo que te dicen que debés ser; simplemente confía en que te
ayudaremos a intentar lograr aquello que quisieras ser”. En tales términos, el
triunfo de “Cambiemos” era previsible: siempre será preferible apostar a la
aventura de convertirse en uno mismo, antes que a aceptar un ser que se nos impone
desde afuera. Quizás esta sea la paradoja máxima para un oficialismo que
pretendía considerarse a sí mismo liberador y éticamente superior, pero que
terminó sucumbiendo ante los vientos de la voluntad de millones de argentinos
que optaron por convertirse en auténticos ciudadanos.
[1]
Quienes hemos vivido otras épocas todavía nos resuena el eco de la retahíla
“pequeño burgués reaccionario idiota útil al servicio de la contrarrevolución”
con la cual se pretendía que las personas debían optar en el marco de una
disyuntiva de hierro: convertirse en revolucionarios de izquierda y entonces
tomar las armas o continuar siendo seres despreciables. Por cierto, las
intensidades han cambiado, pero la apelación al miedo que propició el
kirchnerismo remeda similar estructura dicotómica.